Abajo la ley electoral
antidemocrática
Si en algo están de acuerdo todos los políticos de la burguesía es en imponer la nueva ley electoral, que rige la vida de todos los partidos. Esta ley es un avasallamiento de los más elementales derechos democráticos y transforma los derechos de expresión de la ciudadanía –enunciados en la Constitución Nacional– en una mera fantasía.
Si ya era restrictiva la legislación anterior, la nueva ley hace prácticamente imposible que algún ciudadano pueda proponerse conformar un nuevo partido y presentarse a elecciones. A la exigencia de 4.000 afiliaciones (en Capital y Buenos Aires) para lograr la personería –y mantenerla– como requisito previo para presentarse por primera vez, se le suma la imposición de elecciones primarias abiertas y simultáneas 60 días antes de la elección nacional (en este caso, el 14 de agosto).
En esa instancia, para que un candidato pueda llegar a octubre deberá conseguir que lo vote el 1,5% del total de votos válidos emitidos. Incluso se aplica un mecanismo extorsivo, ya que también se elimina el aporte estatal en esos casos. En los hechos, se obliga así a que el conjunto de la población se incline por el llamado “voto útil” expresado por dos o a lo sumo tres grandes variantes de la burguesía. Más aún, se empuja a que los partidos pequeños se sumen a esas grandes variantes, si prevén que no podrán alcanzar las metas, conformando así las famosas “colectoras”.
Toda la burguesía coincide en la aplicación de esta ley (más allá de algunas críticas declamativas). Ellos buscan recomponer el bipartidismo que quedó hecho trizas tras la rebelión popular del 2001.  El prestigio de los partidos que no lograron recuperar entre la población, que ha venido expresando –sistemáticamente– una tendencia hacia una cada vez mayor dispersión de los votos y diversidad de ideas, lo imponen por fuerza de ley, aunque el desprestigio sea el mismo.
Bajo el argumento de aportar “transparencia”, lo que hacen es reducir el número de partidos que se repartirán entre unos pocos el mismo abultado presupuesto electoral. Y cada uno apuesta a ser el que salga beneficiado de esa “limpieza” general. Desde la Presidencia se ha dicho que era un despropósito que existieran más de 800 partidos, ya que no podía haber más de 800 ideas.
Por lo contrario, la Liga Socialista Revolucionaria considera que las grandes transformaciones sociales sólo pueden plasmarse cuando cientos de miles o millones de explotados aportan sus millones de iniciativas a la construcción de una sociedad que trabaje para el bien común. Prueba de ello, en sentido inverso, es también el fracaso de las pasadas experiencias del llamado “socialismo real”, basado en el “pensamiento único”.

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