A DOS AÑOS DEL TERREMOTO
Haití: el pueblo que se sigue desangrando 
para saciar la sed de ganancia de los capitalistas
Por PEDRO M., 12 de enero de 2012

A dos años del espectacular terremoto en Haití, los capitalistas de todo el mundo hunden más sus garras sobre la carne de un pueblo triplemente sometido: por su condición de clase, su color de piel y su rebeldía histórica.
El 12 de enero de 2010, el peor terremoto de la historia de Haití en dos siglos se ensañó con ese país y sepultó bajo toneladas de escombros 316 mil vidas humanas. Otros 300 mil quedaron heridos y, entre todos, más de dos millones de personas se quedaron sin hogar.
Al día de hoy, la sangre de los cuerpos mancha todavía las calles de su capital, Puerto Príncipe, y de los 4,7 millones de haitianos casi 1 millón sobreviven hacinados bajo tiendas de lona, entre pestes del siglo XIX como el cólera y en la mira de los fusiles de la Minustah, la fuerza de ocupación de Naciones Unidas compuesta por soldados argentinos y brasileros, entre otros ejércitos sudamericanos.
Que Haití era una nación de extrema pobreza nunca hubo nadie que lo pusiera en duda. Solo que, con la llegada del terremoto, el flagelo se multiplicó a niveles todavía más inhumanos. Unicef declara que sólo uno de cada cinco haitianos, antes del terremoto, tenía acceso a instalaciones sanitarias, o que es irrisorio el número de niños que accedían a la educación en general; los que tienen entre 5 y 14 años de edad, además, casi todos trabajan. La nación haitiana tiene índices de miseria estructural superiores a los más pobres de los países africanos, y es inevitable percibir en ellos la expresión acabada de lo que denominamos barbarie capitalista. Pero valga una aclaración. Ni un horrible terremoto ni “el castigo de los dioses” son la causa de la tragedia haitiana: es la acción del capitalismo en la historia y la venganza de su clase en el poder.
Porque la población esclava de Haití, en el año 1794, fue la primera en sublevarse contra la esclavitud, liderando la independencia anticolonial (en 1804 fue declarada la suya) en todo el territorio de los virreinatos. A partir de allí y en los dos siglos que le siguieron, la historia de Haití es la de la rebelión permanente de su gente contra las políticas de sus gobiernos, dictadores y burgueses serviles del imperialismo yanqui. Gracias a ello es que se ha ganado el más enconado odio de clase y deseo de humillación por parte del imperialismo mundial. ¡Qué ironía de la historia! ¡Qué paradoja, que el primer pueblo en abolir la esclavitud, sea, doscientos años después, el más pobre y sometido a la bota imperialista y sea utilizado nuevamente como mano de obra semiesclava de las multinacionales!
Por eso, el “máximo representante para la reconstrucción de Haití”, Bill Clinton, a dos años de la tragedia, hará una visita de paseo por una de las fábricas de ropa y calzados de la marca norteamericana Timerland, en el norte de Haití, para demostrar “la importancia de la inversión extranjera y la creación de empleo”
Sin tapujos, esto muestra que las sanguijuelas capitalistas del mundo siguen chupando la sangre del pueblo negro que un día los echó a patadas. Siguen chupando de esa misma sangre que, un buen día, aquellos comenzaron a exportar para poder sobrevivir durante largos años, hasta que el SIDA, otra gran peste asesina (tal vez inventada)de la década del 80, interrumpió su venta provocando emigraciones masivas hacia Estados Unidos. Es la sangre que derramaron miles y miles de niños y ancianos durante el terremoto y que siguió derramándose a balazo limpio gracias a la acción “solidaria” de la soldadesca de la MINUSTAH cuando las masas reclamaban amontonadas un pedazo de comida.
Porque los verdugos imperialistas no descansan en su sed de castigar y someter a los haitianos, el pueblo que, a pura sangre, los humilló doscientos años atrás. Hoy, bajo la forma de “ONG y compañías inversoras para la reconstrucción de Haití”, los capitalistas del mundo, desde Clinton hasta el Papa, van como las hormigas al dulce de leche para regocijarse con la sangre esclava que todavía fluye y deja jugosas ganancias.
Porque del gran negocio que significó para las multinacionales y las ONG el terremoto en Haití, poco y nada llegó a la gente. Para poner un ejemplo vergonzoso, casi 8.000 millones de dólares significaron las pérdidas económicas. Quiere decir que, sólo con ese dinero (un verdadero vuelto en el mundo de las finanzas) se hubiera puesto a funcionar nuevamente el país, y con algo más, reconstruir e instalar una infraestructura básica elemental. Pero “las colectas humanitarias” no eran tales, o muchas se quedaron en el bolsillo de alguien y solo importó el negocio que asomó tras la tragedia y la chance para doblegar, ahora más ventajosamente, la explotación de su mano de obra y el disciplinamiento social.
Como en todo país ocupado, también para Haití ahora resulta ser que, el principal desafío, es la formación de su propio ejército como columna vertebral para reconstruir un estado capaz de garantizar, por las suyas, el continuo saqueo y la dominación del pueblo. El plan, por supuesto, no incluye derribar el muro que levanta la vecina República Dominicana para frenar el desplazamiento de las masas pobres hacia su país. El plan tampoco incluye investigar la llegada de enfermedades a través de los soldados de la MINUSTAH, porque esas pestes se la agarran los pobres, y “entre tanta desgracia” ¿qué le hace una mancha más al tigre? Después de todo, fue para que reciban la “ayuda humanitaria” de la MINUSTAH, el brazo armado del Consejo de Seguridad de la ONU para Haití.
¡Fuera la tropas argentinas de Haití!
Para que América Latina y el mundo vivan, 
el capitalismo y el imperialismo deben morir
Revolución socialista internacional o más barbarie capitalista.

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