Todo SUBE
La sensación de ser
tratados como ganado para poder comprar una tarjeta SUBE puede ser indignante,
según la predisposición al manoseo que tenga cada persona. Lo que no cambia es
lo concreto de la medida del gobierno y las empresas: por un lado, es un negocio
redondo que obliga al consumidor a pagar
por adelantado un servicio, o sea, es como un préstamo a futuro, y sin intereses, que va de nuestro
bolsillo hacia la banca estatal, quien ahora administrará directamente esos
fondos; por otro lado, le permitirá avanzar en una mayor injerencia en la vida
privada, ya que manejará con mayor precisión qué viajes, qué horarios, qué
trayectos cotidianos, qué tipo de transporte y qué ingresos tiene cada uno de
los millones de usuarios.
El chantaje de que el
plástico será más barato (por eso ¡cómprelo ya!) tampoco cambia que el aumento
del transporte público es un hecho, así sea gradual y sea cual fuere el
material que se use para viajar.
Porque la medida se
encuadra en los trazos gruesos de la reorientación política y económica. Y la
eliminación de los millonarios subsidios que los gobiernos de los Kirchner
otorgaron a los monopolios de la energía, del transporte, las comunicaciones,
etc., tendrá impacto directo en nuestros bolsillos. La presidenta dijo el
miércoles que el gobierno no aumentará ninguna tarifa, pero que sí lo hizo
Macri con los subtes. Esta verdad a medias encierra un mensaje muy claro: “Yo
quito los subsidios… pero el que aumenta los precios y paga el costo político
es el otro”. El discurso está armadito y en marcha para defenderse de las
futuras –y necesarias como el oxígeno– respuestas de masas para resistir el
golpe al bolsillo. En este sistema, los capitalistas, nunca pierden, siempre
toman, y en épocas de crisis como la actual la menor ganancia se la sacan al
trabajador, nunca la ponen ellos. El crecimiento del PBI vuelve a ser noticia.
Sin embargo hay que preguntarse por qué, entonces, las provincias, de un día
para el otro, declaran emergencia económica y despiden a miles de empleados y
el gobierno nacional anuncia “sintonía fina” para las negociaciones salariales
que, propone Cristina Fernández, deben deducirse “de acuerdo con las
rentabilidades de cada sector” (¡!). De un plumazo se olvidó del costo de la
canasta familiar y lo reemplazó por los números de balance que muestren los
empresarios.
POBRES CONTRA POBRES, OTRA VEZ. El punto es que quien
va a cubrir con su cuerpo la quita de los subsidios a las empresas es el pueblo
trabajador, al que se lo “invita” a renunciar a ser subsidiado en pos de ayudar
“a los que más lo necesiten”. Si todavía estás en blanco y tu recibo de sueldo
marca más de 3 o 4 mil pesos, sos un privilegiado… y un egoísta. Pero ¿cuál
sería el parámetro que indica quién debe y quién no ser subsidiado? ¿será el
ingreso general en un hogar, la cantidad de bocas que alimentar, si tiene casa
propia o alquila, si tiene auto, moto o bicicleta? ¿si se va de vacaciones? Y
si lo hace ¿es lo mismo hacerlo en avión, en auto, en colectivo o en tren, y a
qué sitios? La “sintonía fina” no es mayor equidad igualando hacia arriba los
salarios sino extraerles más jugo y preservar los bolsillos capitalistas frente
a la crisis económica mundial. Aplicado este golpe –que tal vez se haga en
varios pasos durante el año– después quizás se verá el modo de seleccionar, sin
apuros, el revoleo de migajas a los más pobres (dicho sea de paso, en 9 años de
crecimiento histórico sostenido, ni por casualidad, se les pudo conseguir un
laburo estable, como merece cualquier ser humano y se los mantiene a raya con
un plan trabajar miserable que les dio Duhalde hace 10 años).
Para llevar a cabo
esta política, como sucedió en toda la historia de los ajustes, se ponen a
funcionar las campañas para enfrentar a pobres contra pobres (trabajo en blanco
vs. trabajo en negro; ocupado vs. desocupado; sueldos miserables vs. sueldos no
tan miserables). Divide y reinarás, no falla. No hay que olvidarse las feroces
campañas de la década del `90 que ganaron a la opinión pública y luego a la
mayoría de los trabajadores para la política de las privatizaciones. Fueron los
propios laburantes los que terminaron defendiendo, por acción u omisión, sus
propios despidos, recorte de beneficios laborales y conquistas sociales
históricas en pos de combatir la corrupción del estado y para una prometida
modernización del país… que fue saqueo.
Resistir
la nueva ofensiva patronal y gubernamental contra los salarios y el costo de
vida en cada lugar de trabajo, en cada barrio; protestar contra el manoseo y la
utilización política, el maltrato y la represión a los que empiezan a luchar en
sus lugares de trabajo, ambientales, barriales y de estudio; organizarse en
asambleas y con democracia directa. Esas deberían ser las pautas iniciales para
la reorganización de una nueva lucha popular que, encontrando posibles aliados
eventuales como podrán ser, o no, los enriquecidos aparatos sindicales, busque
ser independiente de ellos, en el camino de disputarle el verdadero poder a los
asaltantes capitalistas y sus gobiernos.
(3 de febrero de 2012)