A
11 AÑOS DEL 19-20 DE DICIEMBRE DE 2001
Similitudes,
diferencias
y
tareas pendientes
Del “Que se Vayan Todos”
a “el regreso de los muertos vivos”
Llegamos
a un nuevo aniversario de las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001,
cuando la “era neoliberal” tocó fondo en la Argentina capitalista, tras la
aplicación a ultranza de todas sus medidas económicas, laborales y gremiales.
La crisis no expresó el fracaso de la política de la década de 1990, del
Consenso de Washington, sino que fue la consecuencia inevitable del éxito de
esa política. Y puso fin al gobierno falsamente progresista de la Alianza
UCR-PJ, encabezado por Fernando de la Rúa.
El país se vio hundido en su más profunda
crisis, entró en cesación de pagos y creó un ejército de desocupados inédito en
la Argentina. De la Rúa había inaugurado su mandato en 1999 asesinando
a dos trabajadores en el puente de Corrientes, cortado por docentes en huelga.
Y el 20 de marzo del 2001, rescató del tacho de basura en el que la población
lo había tirado ya en 1996, al repudiado ministro Domingo Cavallo, para volver
a ponerlo al frente del Ministerio de Economía. En pocos meses, Cavallo decidió
enterrar el 1a1 creado por él en 1992, para supuestamente frenar la fuga de
capitales que se venía produciendo a lo largo del año. El 1 de diciembre de
2001 se decretó el Corralito, pero con un aviso previo off de record a los bancos y las grandes empresas monopólicas, lo
que facilitó que durante la última semana de noviembre se fugaran US$ 10.000
millones (¡en tan solo siete días!). En consecuencia, el Corralito vino a
salvar a los bancos, cuyas arcas estaban vacías, prohibiendo a los ahorristas
el retiro de sus fondos y fijando un tope de $ 250 semanales incluso para los
retiros correspondientes a salarios. Ni está de más decir que gran cantidad de
empresas dejaron de pagar los sueldos, amparadas en el hecho real de que no
podían disponer de los fondos “acorralados” en sus cuentas bancarias.
Ya en el 2002,
el gobierno de Eduardo Duhalde decidió una devaluación del 300 % de la moneda
nacional. Es decir, el 1a1 pasó a 1a 3,
pero a los bancos se les permitió devolver los ahorros en dólares a un cambio
de 1a1,40. Posteriormente, la presidencia de Néstor Kirchner le compensó a los
bancos incluso ese miserable desembolso de 0,40 por cada dólar pagado, siendo
que ellos mismos eran los principales responsables del vaciamiento.
Los actores sociales y políticos
La rebelión popular del 19-20 de diciembre del 2001 no
fue un rayo en cielo sereno. Venía abonada por la recesión que había empezado a
manifestarse a lo largo de todo ese año, acompañada por la creciente fuga de
capitales. Hasta tal punto esto acicateó la resistencia de los trabajadores,
que hasta la burocrática CGT presidida por Hugo Moyano se vio obligada a
convocar a un paro general el día 13 de diciembre. Paro que fue completamente
exitoso, en contraste con una movilización convocada por el líder cegetista un
día antes en la Plaza de Mayo, que no superó los 3.000 manifestantes, siendo
que el grueso de la concurrencia la aportaron las organizaciones de izquierda
que se autodenominan “trotskistas” (MST, MAS, PTS, PO...), tal como vuelven a
hacer este 19 de diciembre de 2012.
El PJ
tradicional (Duhalde), como siempre, no estuvo dispuesto a aceptar que el
Estado lo manejara una fuerza política ajena a ellos (en aquel caso, la UCR) y,
en el marco de la inestabilidad y el descontento social, la creciente pobreza y
la desocupación masiva, los “punteros” e intendentes pejotistas fogonearon
desmanes y saqueos a supermercados, manipulando la genuina desesperación de los
más pobres. Los barrios del conurbano bonaerense eran recorridos por
patrulleros que alertaban a los vecinos “cierren todo, porque están viniendo
los saqueadores”. Y las persianas bajas impedían ver que no llegaban los
anunciados saqueadores, al mismo tiempo que creaban una “histeria social” que
dio el pie para que desde la Presidencia se anunciara el estado de sitio,
alrededor de las 15 horas del día 19, y un discurso de De la Rúa a las 22
horas.
Prudentemente,
el grueso de la población se refugió en sus casas, esperando los anuncios
presidenciales.
Y después de
las 22 llegaron las palabras de De la Rúa que encendieron la mecha de la
rebelión popular: se mantiene el corralito y se impone el estado de sitio. Esa
fue la alarma que hizo sonar la primera cacerola. Las calles se fueron llenando
de vecinos que iban levantando barrio tras barrio, en dirección a la Plaza de
Mayo. Llegados a Congreso, un descomunal despliegue represivo enfrentó a los
manifestantes a gasazo limpio. Miles y miles de jóvenes hicieron, esa noche, un
curso acelerado de cómo un pañuelo embebido en limón podía ayudar a protegerse
del “disuasivo mensaje” policial.
La mañana del
20, las radios anunciaban sendos comunicados de la CCC (Alderete) y la CTA
(Luis D’Elía) donde anunciaban la
suspensión de una movilización de desocupados que tenían prevista desde un mes
antes, porque “la plaza está llena de provocadores”. En la Plaza de Mayo, los
caballos de la policía montada pisoteaban a las Madres, que habían adelantado
su habitual ronda de los jueves en repudio al estado de sitio. De nuevo el humo
de los gases intentó dispersar la indignación de los empleados que pululan
habitualmente por la zona. La avenida de Mayo fue una batalla campal: la
policía motorizada corría tras la gente, ostentando armas largas, amenazando a
los que se asomaban a las ventanas y disparando hacia cualquier parte, “por las
dudas”. Y la gente se replegaba para convertirse a su vez en perseguidores,
empuñando piedras, vallas, tachos... lo que encontraban en el camino. La
vanguardia en esta pelea fueron los “motoqueros”. Hacia las 19 horas, la
policía ya había acabado con más de 30 vidas. Y a las 19.45 (Clarín, 21/12/2991) De la Rúa abandonaba
su cargo, huyendo en helicóptero. La CGT de Moyano se limitó a guardar
silencio.
La turbulencia
social se incrementó día tras día y la burguesía no lograba cerrar filas. Así,
los mecanismos sucesorios previstos en la Constitución dieron lugar a sucesivos
presidentes que caían como muñecos al calor de la furia popular. Hasta que el
31 de diciembre la burguesía cerró filas detrás de Eduardo Duhalde, y no hubo
furia que alcanzara para voltearlo.
Estos hechos se
dieron en medio de que venía gestándose un incipiente proceso asambleario en
los barrios de la capital federal, las principales localidades del Conurbano y
algunas ciudades del país, con un peso mayoritario de trabajadores que debatían
y decidían allí lo que les estaba vedado en sus lugares de empleo. Este
fenómeno se acrecentó a partir de las jornadas de diciembre, y estableció una
coordinación de sus acciones en el Parque Centenario. El punto más importante
de su desarrollo se expresó en la convocatoria a movilizaciones en todo el país
para el viernes 25 de enero de 2002.
Masivas movilizaciones sacudieron la mayoría de las
ciudades del país, siempre enfrentadas por una brutal represión. Por primera
vez, en la historia de los últimos 50 años del movimiento obrero del país, se
llevaba adelante una medida de lucha nacional convocada por “los nadie”, por
fuera de la CGT y los sindicatos tradicionales. Fue un verdadero “alerta rojo”
para la burguesía.
Pero ante grandes crisis, sobre
todo cuando cruje la institucionalidad, ahí está la iglesia católica siempre dispuesta a actuar en las sombras,
clandestinamente, para engañar, manipular y enfriar los ánimos de los explotados.
Lo más lamentable, es que sus intereses coincidían exactamente con el de las
corrientes de izquierda tradicionales (PO, MAS, MST, y otras): encolumnar el
movimiento asambleario detrás de los desocupados, para disputarse la mayor
tajada en la administración de la beneficencia del Estado; así, lo que no
podían ganar en militancia genuina, se reemplazaba por las listas del hambre,
para engordar las filas de sus respectivos aparatos. Altamira no vaciló en
expresarlo con claridad en La Nación
(24/2/2002): “[Se] necesita una
transformación social, pero para eso hay que tener un programa y sólo puede ser
dado por los partidos”.
No por
casualidad, todas las organizaciones de izquierdas rechazaron de plano la propuesta de impulsar
las asambleas barriales que la LSR les hizo llegar por iniciativa de Jorge
Guidobono (ver recuadro). Por eso, junto con la Iglesia, contribuyeron a disciplinarlas
y vaciarlas; y terminaron de enterrarlas cuando el PO y el MST se enfrentaron a
trompadas en el Parque Centenario, disputando protagonismo de aparatos en la
preparación del 1º de Mayo “unitario” (!!!!).
De la represión a los planes sociales
Constatado el hecho de que toda la efervescencia social
carecía de una orientación política clasista revolucionaria, Duhalde apostó a
aplastar al movimiento de masas mediante la represión. Así, el 26 de junio de
2002, en lo que se recuerda como “masacre del Puente Pueyrredón”, fueron
asesinados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
Estos
asesinatos no hicieron más que reavivar el odio social que espontáneamente
llenó la Plaza de Mayo en repudio a los hechos que, además, fueron documentados
por los medios de difusión. Tan fuerte fue el repudio popular, que incluso en
el feriado del 9 de julio derivó en una movilización de más de 100.000
personas, que Duhalde tuvo que cambiar su estrategia. Así, los planes sociales
pasaron de 200.000 en junio, a 2 millones en octubre. Lo que no pudieron lograr
las balas, lo logró la política de dividir mediante prebendas. Al mismo tiempo,
se vio obligado a convocar a elecciones anticipadas en marzo de 2003 (cuando
aspiraba a quedarse hasta octubre). Las izquierdas, como siempre a contramano,
proponían boicotear las elecciones, como si un proceso revolucionario estuviera
vivo, cuando, en realidad, la conquista electoral fue también un subproducto
del repudio a la masacre de Avellaneda.
La era K
Por todo lo dicho, afirmamos que el gobierno de Néstor
Kirchner (NK) fue un subproducto distorsivo del proceso subjetivo abierto en
diciembre del 2001, de rechazo a la “era neoliberal menemista” y su continuidad
en el gobierno aliancista (por ejemplo, De la Rúa firmó un decreto que extendió
la concesión del yacimiento Loma La Lata en favor de YPF-Repsol hasta el 2027,
plazo que trascendía ampliamente su mandato. Y una de las primeras medidas de
NK fue decretar una nueva extensión hasta el 2047). Eso es lo que explica, a la
vez, que el nuevo gobierno eligiera la bandera de los Derechos Humanos como un
sello diferenciador del gobierno de Duhalde, que fue –a la vez– quien catapultó
a NK al sillón de Rivadavia.
En lo
ideológico-social, el afán dominante de las masas era eminentemente
democrático. No se trataba de un reclamo puntual, por aumento de salarios, o
devolución de los ahorros... El grito predominante era “Que se vayan todos, que
no quede ni uno solo”, “Fuera la Corte Suprema”, “Sin radicales, sin peronistas,
vamos a vivir mejor”... Junto a eso, se desarrollaba todo tipo de debates en la
organización vecinal asamblearia y deliberativa. Por primera vez, el vecino que
tenía algo para decir, se sentía escuchado por sus pares: el oscurantismo
individualista de la década de 1990 se había roto.
Este afán
democrático se tradujo, en el ámbito del Poder Ejecutivo, en la política “de
Derechos Humanos”, de un presidente que se proclamó “hijo de las Madres de
Plaza de Mayo” y legitimó ampliamente la escasa votación obtenida en las urnas.
Luego, la película
es conocida por todos: el famoso “viento de cola” de la inédita suba de los
precios de los commodities posibilitó años de crecimiento para la macroeconomía
argentina. La gran burguesía se engolosinó con esa ganancia desmesurada y
parasitaria, y cuando en el 2008 el Gobierno pretendió que un minúsculo
porcentaje de las exportaciones fueran a las arcas del Estado para financiar a
la industria local y a la ayuda social, pusieron “el grito en el cielo”, y
empezaron su cruzada “por la libertad de expresión, la democracia, la independencia
de la justicia, contra la corrupción...”.
En septiembre
de ese año, estalló la crisis económica del sistema capitalista mundial, con la
quiebra de Lehman Brothers, e inevitables consecuencias también para las
burguesías latinoamericanas, de las que la Argentina no está ajena. Como
siempre sucede, a más crisis capitalista,
más enfrentamientos y hasta guerrerismo entre los distintos sectores
burgueses para disputar quién se queda con la mayor tajada de plusvalía. No en
vano, los yanquis reinstalaron la IV Flota en el Mar Caribe para controlar todo
el continente sudamericano.
En la
Argentina, volvieron la inflación y un montón de padecimientos, incluyendo una
nueva camada de desocupados.
Pero, con todo,
no hay el menor punto de comparación, para bien y para mal, entre la Argentina
2001 y la del 2012. La cacerola que sonó en aquellas jornadas puede ser la
misma que sonó el 13 de septiembre o el 8 de noviembre. Pero el guiso que en
ella se cocinaba es opuesto. Antes, la sociedad clamaba “que se vayan todos” y
hoy, todos los enemigos de aquellas jornadas se han unido para dirimir la
interna del PJ, en una suerte de reedición de la vieja “unión democrática”,
tristemente célebre para todos los explotados de la Argentina, manipulando los
genuinos reclamos obreros para llevar agua a su molino capitalista y
oportunista.
Los mismos que
nunca se fueron, están hoy en la Casa Rosada y en actos y movilizaciones
opositoras, de claro sesgo antiobrero. Esta oposición que cuestiona al
Gobierno, lo hace porque quiere volver a las viejas políticas de ajuste y de
entrega del patrimonio nacional a los grandes pulpos monopólicos
multinacionales. Entre tanto, el mismo gobierno que se autotitula “nacional y
popular” no hace más que subordinarse a la política exterior guerrerista
estadounidense y amparar a la megaminería depredadora o monopolios
contaminantes como Monsanto.
Es decir, a 11
años de aquellos días, estamos ante esa misma necesidad de “Que se vayan
todos”, pero habiendo constatado que para que se vayan, hay que echarlos. Y no
de cualquier manera, ni a manos de cualquiera: hay que construir organismos de
poder popular, asamblearios y democráticos para la lucha, que crezcan hasta
disputarle el poder a quienes hoy lo detentan, y echar a los asaltantes
capitalistas. Para instaurar un poder opuesto, de los explotados y oprimidos,
que abra paso a una nueva sociedad, libre de toda cadena.
Nada de eso
será posible, si no cobramos conciencia de lo vivido, y no sacamos conclusiones
de sus tareas pendientes. Entre otras, hoy tiene plena vigencia el reclamo de
“CARCEL A DE LA RÚA, CAVALLO, DUHALDE y todos los que rifaron el país”, junto a
la abolición de la ley antiterrorista con la que se penaliza la protesta
social, aquí y en toda la América latina.
No se trata,
entonces, de solicitarle al capitalismo “que la crisis la paguen ellos”, porque
eso es un mal chiste mientras sigamos viviendo en el sistema capitalista donde
“ellos” son los que tienen el poder, tal como el Vaticano clamaba en los 90 por
un “capitalismo humano”. Tampoco se trata de aconsejarle a la burguesía cómo
solucionar su crisis, tal como las izquierdas le recomendaban la convocatoria a
una Asamblea Constituyente frente a la crisis del 2001, para recomponer las
instituciones a las que las masas le manifestaban su repudio.
De lo que se trata hoy, es de
revolucionar el país, y nuestras conciencias
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