La Gran Contradicción del CORDOBAZO
(Un artículo de JORGE GUIDOBONO para Bandera Roja Nº 41, 15/6/1999)

Contra lo que gustaba repetir Menem acerca de que “el peronismo nunca apoyó un golpe de estado”, el golpe de Onganía contra el gobierno radical de Arturo Illia –el 28 de junio de 1966– lo desmiente. Perón no se pronunció en contra sino que, ante la asunción de Onganía afirmó esperanzado: “Al rengo hay que verlo caminar para saber de qué lado cojea”. La principal figura del peronismo en el país, el dirigente de la UOM y las 62 Organizaciones, Augusto Timoteo Vandor, se puso una corbata por primera y única vez en su vida para asistir a la ceremonia de asunción de Onganía.
Pero los primeros meses de 1969 empezaron a complicarle la vida al tirano: fuertes movilizaciones contra el encarecimiento del comedor universitario, el asesinato de los estudiantes Bello y Cabral y un clima de creciente descontento social, terminaron estallando el 29 de mayo de 1969 en Córdoba, a partir de la huelga de los trabajadores de las automotrices.
Ese día marcó un antes y un después en la historia del país. Los trabajadores, los estudiantes y el pueblo conquistaron la ciudad e hicieron huir a la policía.
La llamada Revolución Argentina de Onganía, entraba en una acelerada cuenta regresiva. En las altas esferas burguesas y militares se profundizaban las fisuras. Y entre los trabajadores y los estudiantes se soldaba la unidad en profundos procesos de radicalización, con importantes sectores de vanguardia y el grueso de las bases acompañando la lucha antidictatorial.
La lucha que abrió el cordobazo siguió en todo el país. Los “azos” se desparramaron por los cuatro puntos cardinales. De ellas fueron parte figuras como Agustín Tosco, René Salamanca, José Francisco Páez, Gregorio Flores y muchos otros.
Mucho se discutía entre la vanguardia de esos años, sobre las grandes líneas estratégicas de la revolución: si foco o partido, si guerra popular prolongada del campo a la ciudad, si insurreción urbana, si la clave era luchar por la conciencia de la clase obrera o implantar un foco rural y/o urbano.
Miles de compañeros participamos de esas polémicas, acompañados por la simpatía de decenas de miles.
La radicalización de franjas obreras, estudiantiles y populares, aumentaba. La división de la burguesía también. La caída de Onganía, dio lugar a un interinato de nueve meses del brigadier Levingston. Cuando asumió Lanusse la burguesía se había puesto de acuerdo, en lo fundamental, en una política común: el único que podía apagar el incendio iniciado en Córdoba, era el general Perón. Así nació el Gran Acuerdo Nacional (GAN), que fue un permanente “tire y afloje” con el general exiliado, para que volviera al país con las manos más o menos libres.
Ese proyecto se apoyaba en una realidad social y política altamente favorable para la burguesía: mientras el activismo discutía –y actuaba– sobre la necesidad de una estrategia revolucionaria, el grueso de la clase obrera y el pueblo seguían anestesiados por la educación de conciliación de clases, instrumentada en la época de bonanza del país (la segunda guerra mundial y la posguerra). Para esa gran masa, quienes discutían acerca de la revolución eran “buenos muchachos” que no se daban cuenta de que bastaba con lograr “que vuelva Perón, y se arregla todo”.
La experiencia de los trabajadores con Perón, que fue interrumpida con el golpe gorila del ’55, se transformó de hecho en una formidable palanca política para la burguesía: sólo él podía acabar con ese proceso de radicalización que amenazaba con extenderse, ya que era el depositario de todas las ilusiones de las masas.
El regreso de Perón y la alternativa electoral fueron “cuestión de Estado” para la burguesía. La vieja UCR aportó el funcionario para encabezar el Ministerio del Interior –Mor Roig– que fue posteriormente asesinado.
Como un hábil mago, Perón desplegó un mazo de cartas con un juego diferente en cada mano. Mientras con la izquierda hablaba de la “juventud maravillosa” y alentaba la lucha armada de Montoneros y otros grupos peronistas, con la mano derecha armaba los conflictivos pactos con Lanusse y el gran capital, e incluso dejaba correr la preparación de los “escuadrones de la muerte” de la ultraderecha, llamados posteriormente “Triple A”, que hicieron su debut con la masacre de Ezeiza de junio de 1973.
La maquiavélica conspiración armada por la burguesía y el Estado Mayor, tuvo múltiples idas y vueltas con Perón, pero funcionó.
Entre otras cosas, este funcionamiento se vio facilitado porque el grueso de las corrientes que se reclamaban anticapitalistas y socialistas no fueron capaces de comprender ni de enfrentar esta maniobra, ya que ello le significaba enajenarse la simpatía –así fuera pasiva– de una franja de masas peronista.
Así, a medida que avanzaba el GAN, se achicaba el espacio para la lucha sindical revolucionaria o para “los fierros”: la situación reclamaba definiciones políticas claras. Y eso era lo que faltaba. Un amplio espectro del llamado clasismo –desde Tosco y Salamanca hasta Santucho y Altamira– acuñó el impotente “Ni golpe ni elección, revolución”. A medida que se acercaba el tiempo electoral, esta consigna se tradujo en el llamado al voto en blanco.
La heroica vanguardia que actuó desde el Cordobazo en adelante no fue capaz de enfrentarse a Perón, y levantar una opción clasista y socialista ante el movimiento de masas. Hizo de cuenta que había “superado el electoralismo” y, por esta vía, de hecho le hizo un favor a Perón. Y este favor no se pudo tapar con el ruido de la más graneada salva de ametralladora. El PC, por su parte, constituía un bloque burgués (llamado Alianza Popular Revolucionaria, APR) con el PI de Oscar Alende y con la curia de la Democracia Cristiana encabezada por Horacio Sueldo.
La única corriente que tuvo la valentía política de enfrentar a Perón –a pesar de su pequeñez y, seguramente, también con errores– fue el PST. “No vote patrones, burócratas ni generales” fue la consigna que presidió las candidaturas de Coral-Ciappone en marzo de 1973 y de Coral-Páez, enfrentando a la fórmula Perón-Perón en septiembre del mismo año. Fue respaldada, respectivamente, por 70.000 y 180.000 votos.
Esta posición colocó al PST en un lugar de privilegio durante muchos años dentro de la izquierda (y estuvo en la base del desarrollo del MAS desde 1983 hasta 1990). Pero no fue suficiente para frenar el terrible curso a la derecha, abonado por Perón primero y por su señora después, que llevó al auge de las Tres A y culminó con el golpe del 24 de marzo de 1976.
Hoy es imposible saber si un bloque político de la izquierda clasista hubiera podido cambiar el curso de los acontecimentos. Lo que sí es seguro es que se hubiera podido oponer una mayor y más firme resistencia. También es seguro que los votoblanquistas de distinta procedencia, renunciaron –aunque con un discurso ultraizquierdista– a disputarle a Perón la “cabeza” del movimiento obrero. Y le facilitaron al general, la tarea de ser el enterrador político del Cordobazo.
Jorge Guidobono
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La Ciudad de las Barricadas

Córdoba y el desarrollo industrial
La proscripción del peronismo y el exilio del general Juan Domingo Perón, como producto del golpe militar de 1955, desataron la resistencia peronista en el movimiento obrero y comenzó la transformación de un hombre en mito viviente.
A fines de los ’50, la presidencia de Arturo Frondizi intentó instrumentar un programa que buscaba el desarrollo industrial en una combinación de capitales privados y estatales y, por ley, derogaba los fundamentos nacionales proteccionistas implementados por Perón.
La provincia de Córdoba vivió esa transformación. Su desarrollo, basado fundamentalmente en la instalación de las plantas de Fabricaciones Militares, abrió paso a la industria automotriz y sus derivados en forma plena (aunque ya en tiempos de Perón la Fiat había logrado un convenio más que ventajoso comprando la planta de la localidad de Ferreyra).
La instalación de Kaiser y su posterior compra por Renault, en septiembre de 1967, junto a la incorporación de tecnologías de avanzada en la producción mundial, transformaron al pequeño pueblo comercial y a la provincia agraria en el segundo centro industrial del país.
Fue una verdadera revolución en lo cultural y social, combinada con una importante inmigración producto de la demanda laboral y la urbanización vertiginosa que vivió la provincia. El 50% de la mano de obra que ingresó en sus plantas (incluidas las militares) tenía origen en el interior agrario de Córdoba. La amplia mayoría de los obreros que ingresó a las fábricas, era una primera generación de trabajadores industriales.

Córdoba, la dictadura y los sindicatos
El gobierno de Frondizi no pudo soportar las presiones de los planteos militares. Fue obligado a renunciar en marzo de 1962 y el presidente del Senado, José María Guido, convocó a elecciones para el año siguiente. Con el peronismo proscripto, ganó la presidencia el radical Arturo Illia con menos del 25% de los votos. Fue un gobierno endeble.
En junio de 1966, el comandante en jefe del Ejército, general Juan Carlos Onganía, da un golpe de Estado y asume el gobierno apoyado por un sector empresarial y sindical (ligado a Augusto Timoteo Vandor, jefe de la CGT). La intención del dictador era quedarse en el gobierno sin plazos preestablecidos, sin libertades políticas ni culturales. Así, a un mes de asumir, ordena a la Policía Montada ingresar a caballo y a palazos a la Facultad de Ciencias Exactas. El hecho pasa a la historia como La Noche de los Bastones Largos. Su ministro de Economía, Adalbert Krieger Vassena, anuncia el Plan de Estabilidad y Desarrollo apoyado por el FMI y el empresariado extranjero en el país.
Desde su llegada a Córdoba, la patronal italiana (Fiat) actuó con la firme decisión de no permitir a sus obreros contar con un sindicato de carácter nacional. Con el visto bueno de Frondizi, la Fiat había creado el Sindicato de Trabajadores para las plantas de Concord y Materfer (Sitrac-Sitram) como un apéndice de la empresa, pasando por arriba de las leyes argentinas. Los trabajadores de la Fiat no fueron parte del Cordobazo, de hecho la mayoría lo vivió en su casa.
Los sindicatos vandoristas Smata, de Elpidio Torres, y la UOM dirigida por Alejo Simó, no pudieron construir una sólida relación con las bases como lo había hecho la burocracia central. La disputa permanente por las afiliaciones, la dureza de las nuevas patronales imperialistas, y el surgimiento de la rebelde CGTA a escala nacional (CGT de los argentinos, liderada por el gráfico Raimundo Ongaro), determinaron que el vandorismo jamás pudiera conquistar al flamante proletariado cordobés.
El gremio de Luz y Fuerza de Córdoba estaba dirigido por Agustín Tosco (de orientación marxista) y aglutinaba a los trabajadores de EPEC. Al frente de la UTA, se hallaba Atilio López, que se formó en la resistencia peronista. Durante el onganiato, ambos fueron importantes referentes de la resistencia a la dictadura.

Córdoba y el Cordobazo
El 12 de mayo de 1969, el gobierno nacional establece, por ley, la media jornada del día sábado (“sábado inglés”). Esto, sumado a las “quitas zonales” que las metalúrgicas imponían a los salarios del interior de la provincia con respecto a los de la capital, más el odio acumulado hacia la dictadura, detonaron la respuesta obrera. Smata y la UOM resuelven un paro activo de 36 horas con movilización a la sede de la CGTA, en el centro de la ciudad, para el 29 de mayo.
La policía sitia la ciudad y se prepara para esperar a los manifestantes en la avenida Vélez Sarsfield y Boulevard San Juan.
Los trabajadores inician su marcha desde los lugares de trabajo. La columna de IKA-Renault cruzaba la Vélez Sarsfield. Las barriadas aportaban botellas y toda clase de elementos caseros para el combate. Los estudiantes lanzaban gatos a los perros policiales. Los estudiantes de química fabricaban explosivos. La policía disparó cuando vio avanzar a la gruesa columna, cobrándose la vida de Máximo Mena. Y tuvo que huir en desbandada cuando los obreros vieron caer a su compañero.
Un grupo de trabajadores tomó el Círculo Militar. La ciudad era testigo de ira y solidaridad. Los eternos curiosos de los balcones, ahora bajaban con muebles para alimentar hogueras, y con bebidas y comidas calientes para los huelguistas.
Una rebelión obrera y estudiantil recorría las calles de Córdoba.
Por la tarde, muchos obreros volvieron a sus casas. El día pasó sin pillaje. La violencia buscó símbolos políticos e ideológicos: edificios de compañías transnacionales, sedes militares, la estadounidense Xerox, eran blanco de las llamas o las piedras, mientras se preservaban las casas y los edificios que no eran símbolos de represión y autoridad. Nunca se había visto algo así.
La resistencia se concentró en la noche del Barrio Clínicas. Un comando de Luz y Fuerza dejó sin luz la ciudad. Desde las terrazas, llueve toda clase de objetos sobre las tropas. Francotiradores en los edificios esperan al Ejército. Tosco estima que 50.000 personas son parte de la resistencia.
La Renault, la misma que un año antes sufrió el paro de sus 23.000 operarios de París, la misma que sufrió el Mayo Francés, ahora sufre en Córdoba.
En el Día del Ejército, el Ejército entraba a la ciudad que le daría nuevo nombre a la fecha: Día del Cordobazo.

Córdoba y los estudiantes
Los estudiantes fueron, en todo el país, los primeros en enfrentar la llegada de Onganía. En Córdoba tuvieron su primer entrenamiento callejero en septiembre de 1966, y también a su primer mártir, Santiago Pampillón, herido de muerte por la policía.
Cuba, Vietnam, el Mayo Francés, eran debates ineludibles en la sobremesa de los multitudinarios comedores estudiantiles.
En Corrientes, el estudiante Juan José Cabral es asesinado por la policía el 15 de mayo de 1969, en medio de una protesta contra la privatización de los comedores universitarios. La misma protesta que en Rosario se cobraba la vida de un estudiante apellidado Bello. Las demostraciones de repudio ante estos asesinatos tienen alcance nacional, y son el preanuncio más inmediato del Cordobazo.
Los estudiantes tuvieron una intensa militancia en sindicatos y barrios. Se trasladaban de un punto a otro de la ciudad, en las primeras horas, sirviendo de inteligencia al desplazamiento de las columnas obreras. Y fueron los grandes héroes de la resistencia nocturna del barrio Clínicas.
En las calles, se consumaba la unidad obrera-estudiantil hecha barricadas.

Córdoba, el país, y después
En la tarde del 30 de mayo, el Ejército logra tomar el control de la ciudad. Las detenciones se cuentan por miles y de ellas no escapan Torres y Tosco, que son condenados mediante Consejos de Guerra.
Pero la dictadura había quedado herida de muerte. Cae el gobernador provincial, cae el ministro de Economía nacional –Krieger Vassena– y en junio de 1970, Onganía es desalojado de la Casa Rosada.
Otros dos generales, Levingston y Lanusse, lo sucedieron en el gobierno. Pero desde aquel 29 de mayo, ni Córdoba ni el país volvieron a ser los mismos.
Se multiplicaron las luchas. Creció el sindicalismo clasista y combativo. Como tal, el Sitrac-Sitram fue hijo directo del Cordobazo. En marzo de 1970 comienza una rebelión de las bases de Fiat Concord contra la conducción amarilla de Jorge Lozano y compañía. Al poco tiempo, la rebelión se traslada a la planta de Materfer. Se desenvuelve una práctica de democracia sindical de combate protagonizada por una generación de trabajadores industriales que aprendieron, y enseñaron, al ritmo vertiginoso de Córdoba. Los obreros de la Fiat ya no tienen miedo y, cuando se enojan, hasta toman rehenes.
“Vengo a cortar la cabeza de la víbora comunista que anida en Córdoba”, había prometido el gobernador José Camilo Uriburu el 7 de marzo de 1971, ante la oligarquía local. Pero una nueva ola de luchas sacude a toda la provincia. Es mayo otra vez, pero ahora el pueblo adopta el nombre de “Viborazo”.
La represión fue implacable. Se militarizaron las plantas automotrices. Se encarceló a Tosco, a Ongaro, a dirigentes y activistas de Sitrac-Sitram. Pero de nuevo se redoblan las luchas y el régimen militar “entiende” que debía dar paso a elecciones para preservar los intereses de “la Nación” y a las mismas Fuerzas Armadas. El 1º de mayo de 1971 se lanza el Gran Acuerdo Nacional (pactado con el jefe del radicalismo, Ricardo Balbín), que permite la vuelta electoral y la participación del proscripto peronismo, que abre las puertas al retorno de Perón a la Argentina.
El militar no trajo la revolución o la “patria socialista” que muchos soñaban. Trajo la masacre de Ezeiza, la Triple A y una creciente represión desde las alturas del Estado. Había que enterrar el ejemplo del Cordobazo y liquidar al clasismo y a las corrientes políticas anticapitalistas.
La pronta muerte, le impidió a Perón completar la tarea: hizo falta la dictadura genocida que se instauró el 24 de marzo de 1976.
El combate contra sus consecuencias, y por la rearticulación de la organización obrera y popular antipatronal y antiburocrática, hacen imprescindible rescatar la memoria del Cordobazo, que puso al desnudo las entrañas de la revolución en la Argentina: obrera, urbana y popular.
Hugo Verjádez
(Publicado en Bandera Roja Nº 52, 28/5/2001)

Bibliografía consultada:
James P. Brennan, El Cordobazo, Ed. Sudamericana.
Richard Gillespie, Los soldados de Perón, Ed. Grijalbo.
Los ’70, Nº 3, 2da. quincena de julio de 1997.

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