CHE: lecciones de un revolucionario
(Un homenaje de Jorge Guidobono, en Bandera Roja Nº 28, 21/9/1997)
Cuando la burguesía no puede desterrar las enseñanzas de un revolucionario, se encarga de prostituirlas, decía Lenin refiriéndose a la actitud hacia Marx, y a la de muchos “marxistas” que negaban la esencia de su pensamiento.
Hoy, el espectáculo es contradictorio. Por un lado el Che va a ser “homenajeado” por su “ética”, su “idealismo” o cosas parecidas, por los mismos que lo combatieron en vida (o por sus hijos), en particular los pertenecientes al movimiento comunista internacional.
Estos homenajes, igual que los de muchos partidos y grupos pequeñoburgueses e incluso burgueses, están destinados a limar el filo de las aristas revolucionarias del Che y convertirlo en un ícono, una especie de santo ateo. [Algo así es lo que se proyecta con la instalación del monumento en Rosario, promovido por el gobierno nacional y por el "socialista" Binner. En definitiva, bien se sabe que los monumentos sirven para reafirmar que el muerto, muerto está. - N. del E.]
El sentido opuesto, es el que expresan millones de jóvenes que en el mundo entero andan con la cara del Che estampada en su camiseta, la mayoría sabiendo muy poco o nada con respecto a Guevara, basándose sobre todo en la transmisión oral. Lo reivindican, en general, como un símbolo antisistema, como la antítesis de un mundo descompuesto y carente de valores que puedan atraer al grueso de la juventud popular. Ante ese homenaje, probablemente el Che les hubiera aconsejado: “No sean comemierda y pasen a la acción”.
Por nuestra parte, queremos rendir nuestro homenaje al Che rescatando los aspectos fundamentales que, a nuestro juicio, trascienden su vida y sus textos, y constituyeron un viento fresco que trajo a estas tierras las viejas enseñanzas marxistas que el stalinismo dominante había enterrado bajo una inmensa montaña de muertos, cárceles y muros.

La revolución no sólo es necesaria: es posible
Durante la segunda guerra mundial y la posguerra (más allá de la llamada “guerra fría”), los partidos comunistas habían renunciado a cualquier pretensión revolucionaria, así fuera más bien declamatoria y eran parte funcional (más o menos relevante) del régimen capitalista. En una situación similar se encontraban los partidos socialistas más importantes, en particular los del cono sur de América latina. Unos y otros, eran parlamentaristas, cooperativistas, sindicalistas y muchas otras cosas, pero ninguna de estas actividades estaba emparentada con la revolución.
Más aún, para todos ellos lo que estaba planteado era una especie de revolución burguesa para terminar con un supuesto feudalismo oligárquico, y una revolución más o menos antimperialista. Naturalmente, estos cambios los iba a dirigir la burguesía, y la izquierda colocaría sus fuerzas al servicio de ayudarla a triunfar y también a que el movimiento de masas no se le fuera de madre y la rebalsara. Esta era una posición similar a la de los mencheviques rusos a comienzos del siglo.
Toda esta construcción antimarxista (la que defiende todavía hoy explícitamente el PTP) que la vida demostró como una estafa, colocaba a la izquierda como furgón de cola de distintas corrientes burguesas y negaba la razón de ser de cualquier partido revolucionario, que es la de encabezar a los explotados hacia la conquista del poder.
La revolución cubana y el Che como su teórico más destacado, vino a tirar al tacho de la historia todos los cuentos de stalinistas y socialdemócratas, incluyendo el que no estaban “maduras las condiciones” porque faltaba una revolución burguesa (que la burguesía nunca se planteó ni se planteará hacer, dado que es socia del imperialismo).
La experiencia de Cuba y el Che nos demuestran que la revolución no sólo es necesaria: también es posible.
Como cualquier parto, la revolución es violenta y sangrienta. No es el aterciopelado camino que pretendía la “coexistencia pacífica” entre Moscú y Washington. Puede haber violencia sin que haya revoluciones, pero que haya revoluciones sin violencia es completamente imposible. Porque ninguna clase explotadora deja de apelar a todas las formas de violencia contra los explotados, y éstos se ven obligados a utilizar la violencia revolucionaria si quieren triunfar. Stalinistas y socialdemócratas, pretendían guardar esa violencia en urnas o en bancas parlamentarias.

“Revolución socialista
o caricatura de revolución”
En forma empírica la revolución cubana tiró por la borda todos los dogmas dominantes sobre el carácter burgués de la revolución y demostró que si ésta es genuina y está dispuesta a avanzar resueltamente en la lucha contra el imperialismo y las burguesías locales asociadas en distinto grado a él, es imprescindible que salte el marco burgués y combine las tareas demoburguesas incumplidas con los primeros pasos de una revolución socialista, anticapitalista.
La revolución cubana comenzó con una medida anticapitalista: la destrucción del viejo estado burgués (y no se dedicó a reconstruirlo, como después hicieron los sandinistas) sino a adoptar medidas democrático revolucionarias, como la reforma agraria.
La dinámica de la contradicción revolución-contrarrevolución se desarrolló muy rápidamente; el bloque burgués armado alrededor del movimiento “26 de Julio” se fue desintegrando. Las acciones contrapuestas del imperialismo y de millones movilizados, fortalecieron al ala izquierda del “26 de Julio” que Guevara hegemonizaba, e hizo que el “centro”, encarnado por Fidel Castro, pasara a sus filas y volcara definitivamente el combate interno. De allí, sin que mediara ninguna “etapa” demoburguesa, se pasó a la expropiación de la burguesía y el imperialismo y a la definición prática de revolución socialista o caricatura de revolución, proclamada más tarde en la Declaración de La Habana.
La revolución cubana confirmó, a su manera específica y contradictoria, una de las tesis centrales de la Revolución Permanente elaboradas por Trotsky: en los países atrasados, no es posible romper definitivamente con el imperialismo y resolver el problema agrario sin avanzar en la liquidación del capitalismo mismo.

El “foco” y el campesinado
Guevara en particular, y la dirección castrista en general, tendieron a interpretar la revolución que habían protagonizado, como una especie de “modelo” a imitar por el vasto movimiento de vanguardia que acompañó a la revolución cubana.
De Cuba partió la famosa consigna de “hacer de Los Andes, la Sierra Maestra de América latina”.
Esa consigna encerraba, por un lado, la más imperiosa de las necesidades de la revolución cubana: su extensión al continente, vigente todavía; y por el otro lado, una profunda incomprensión de la revolución socialista, la única que no era una caricatura de la revolución.
En el final tomaremos el aspecto internacionalista de la revolución cubana en sus primeros años. Ahora nos queremos detener en dos aspectos centrales: el sujeto social de la revolución socialista y el método del foco campesino como receta universal.
Para los marxistas, el sujeto social de la revolución es el proletariado, incluido el agrícola de grandes ingenios y plantaciones. El pequeño campesinado sediento de tierra puede ser ganado para la causa proletaria (porque ésta es la única que puede resolver su problema definitivamente y en una perspectiva de progreso) pero jamás será el motor, el sujeto de una revolución socialista; ésta no puede ser hegemonizada por otro que el obrero asalariado, nunca por el pequeño campesino que sólo lucha por un pedazo de tierra. Incluso la revolución rusa, que creó 25 millones de pequeños propietarios en el campo, lo hizo desde la dictadura proletaria y el gobierno obrero y campesino.
La revolución socialista tiene como sujeto social al proletariado acaudillando a las masas explotadas de la ciudad y el campo, y tiene como centro principal de combate el lugar donde se asienta el poder económico, político y militar de la burguesía y el proletariado: las ciudades.
El “foco” campesino pregonado por el Che y sus compañeros, estaba completamente alejado de esta idea en todo sentido, y hacía de un método de lucha la línea divisoria entre revolucionarios y reformistas, cuando a lo largo de todo el siglo pudo comprobarse que el accionar del reformismo armado, no dejó por ello de ser profundamente reformista y proburgués. El caso de Montoneros en la Argentina, del M19 colombiano y de muchos otros que cambiaron el fusil por una banca parlamentaria en toda América latina, no son excepciones, sino lo predominante.
Todo lo que era válido en vida del Che, lo es infinitamente más a tres décadas de su asesinato: el grueso de América latina es cada vez más urbana y tienden a prevalecer más las relaciones asalariadas capitalistas puras. Esto no niega en absoluto la importancia de movimientos campesinos como los de los Sin Tierra brasileños o los paraguayos, pero sí da un marco general al subcontinente, cuya población es abrumadoramente urbana.

El internacionalismo
revolucionario en el Che
En una época en que en nombre de la supuesta defensa del socialismo en un solo país, el internacionalismo proletario era utilizado sólo como taparrabos de los peores crímenes de la burocracia (como el aplastamiento de la revolución húngara en 1956), el Che fue fiel a las enseñanzas básicas del marxismo hasta las últimas consecuencias: la revolución socialista se desarrolla internacionalmente, o degenera en su aislamiento.
El inmenso mérito de Guevara, radica básicamente en haber sido fiel hasta la muerte a la necesidad de extender la revolución socialista al continente, como única forma de impedir la consolidación de una burocracia en Cuba como producto del aislamiento. Su llamado a hacer “dos, tres, muchos Vietnam”, fue un grito de guerra que conserva intacta su vigencia y es un bofetón no sólo al capitalismo sino también a todos los renegados que se esmeran por intentar explicar de mil formas que la revolución ya no es posible, y que ahora se trata de administrar bien, de humanizar al capitalismo y todos los lamentos llorosos que tanto molestaban al Che.
El homenaje real a Guevara a tres décadas de su asesinato, es continuar la tarea inconclusa de llevar al triunfo a la única revolución que no es una caricatura: la socialista.
JORGE GUIDOBONO

No hay comentarios.: