2/10/2008 LA CRISIS FINANCIERA TIENE NOMBRES Y APELLIDO:
TIMBA CAPITALISTA MUNDIAL
TIMBA CAPITALISTA MUNDIAL
(Declaración de la Liga Socialista Revolucionaria)
La crisis que le estalló en las manos al gobierno de Estados Unidos no es el fracaso de un Bush ni de un “modelo neoliberal”, sino del colapso del sistema financiero capitalista mundial. Es la lógica del proceso de acumulación capitalista que, desde hace tres décadas, acumuló tres veces más capital especulativo (ficticio) que el 100% del PBI mundial.
A diferencia de los antiguos sistemas sociales de producción, esta crisis –tal como lo definiera Marx ya en el siglo xix– es una crisis de sobreproducción (de mercancías y de dinero), dada la tendencia a la baja de la tasa de ganancia y a la concentración del capital. No es casual que la cifra del “rescate” se asemeje tanto a la del presupuesto de guerra: US$ 700.000 millones, contra 800.000.
Sea cual sea la salida que se propongan, la cuenta la pagaremos todos los explotados, empezando por la clase obrera norteamericana y siguiendo por todos los explotados del mundo, incluyendo a la Argentina, por mucho que le pese a Cristina Kirchner. La salida de esta crisis no hará más que preparar la entrada a la próxima, si los explotados del mundo se lo permitimos.
La peste se venía incubando
La crisis financiera desatada el año pasado por el negociado de las “hipotecas basura” (o préstamos subprime) pegó un salto en calidad en las últimas semanas.
Estados Unidos experimentó la quiebra, la nacionalización y el rescate de la mayor empresa aseguradora del mundo (AIG, con activos por un billón de dólares); de dos de los cinco principales bancos de inversión (Lehman Brothers y Merrill Lynch), y de las dos mayores agencias hipotecarias (Fannie Mae y Freddie Mac): el valor de sus papelitos de colores se fue al piso.
No por escasez de ideas más originales, Bush lanzó la GRAN CAVALLO: estatizar la deuda de los banqueros, tanto nacionales como extranjeros, utilizando fondos del Tesoro, es decir de los impuestos que le cobró a la clase media y a la clase trabajadora, y que se negó a cobrarles a los más ricos durante toda su gestión.
Por si a alguien le quedaban dudas de que la discusión en el Congreso estadounidense es quién paga la crisis, los capitalistas de Wall Street no dudaron en “evaporar” del mercado financiero la friolera de US$ 1,2 billones (unas cinco veces el PBI de la Argentina) en un par de minutos.
La crisis cruzó el Atlántico y se instaló en Europa, así como cruzó el Pacifico para instalarse en Asia. Así, en pleno debate del salvataje en el senado estadounidense, que concluyó con la aprobación de 75 contra 24, con el voto positivo de la nueva fórmula presidencial "Obama-Mac Cain", en Italia los timberos hicieron temblequear a los dos principales bancos nacionales, cuyas acciones, en esa sola jornada, bajaron un 30%.
La pérdida de puestos de trabajo en Estados Unidos asciende a 750.000 en lo que va del año; sólo en septiembre se perdieron 150.000 empleos.
Lo asombroso no es el método de la estafa sino el tamaño de la misma: los US$ 700.000 millones representan la mayor transferencia histórica hecha, de un plumazo, del bolsillo de los trabajadores al bolsillo de los dueños del poder.
¿Se cae el capitalismo?
NO. El capitalismo no se cae si “alguien” no lo derrota y lo entierra. Lo que se cae, lo que se derrumba, es su crisis sobre nuestras espaldas, con mayor desempleo, con alzas de precios, con salarios miserables, con mayor militarización y represión, y con posibilidades ciertas de que la guerra económica pase al plano atómico de manera abierta, terreno que vienen preparando desde Afganistán, Iraq y el Cáucaso, llegando hasta la ofensiva en América latina, contra los gobiernos populares de Venezuela y Bolivia.
¿Hay un “programa obrero” frente a la crisis?
Ante semejante panorama de crisis y barbarie capitalista, la salida no se resuelve con las luchas por las reivindicaciones mínimas (salario, empleo, jubilaciones, etc.). Éstas son decisivas para acumular fuerza en el seno de los explotados. Pero lo que nos hace falta, fogoneada por esas pequeñas luchas cotidianas en las que tenemos el deber de participar, es una batalla de la que casi nadie habla: organizarnos para ir acumulando poder popular capaz de, en el momento oportuno, disputar el poder a quienes hoy lo detentan. Y echar a los timberos-asaltantes capitalistas para instaurar un poder opuesto al suyo: el de las mayorías explotadas y oprimidas.
A partir de allí, de la conformación de un nuevo Estado y un nuevo poder, podríamos instrumentar medidas como las recomendadas por Trotsky en el Programa de Transición. Un programa concebido para ser aplicado por organismos de doble poder, en una etapa revolucionaria de masas (no es precisamente la situación actual, en la Argentina ni en el mundo, lamentablemente).
Desde la LSR, rechazamos las propuestas demagógicas destinadas a “endulzar los oídos” de los sectores populares, tal como hacen Cristina Kirchner, Elisa Carrió y la mayoría de las corrientes de izquierda, que se ufanan de tener un programita de “medidas todopoderosas”, aplicables en cualquier momento y lugar.
Desde que asumió Néstor Kirchner en el 2003, venimos alertando acerca de que la bonanza económica de su gobierno tiene que ver con circunstancias internacionales excepcionales (alza desmesurada de los precios de los commodities, por ejemplo) y no con una política antimperialista propia. Por lo tanto, hoy, la Argentina capitalista es una hoja al viento sujeta a la crisis que viven los mercados internacionales –en particular Estados Unidos– por lo cual no vacilará en derramar mil penurias sobre los hombros de los explotados (ni que hablar de los “dueños del campo”, que ya empezaron su nueva toma de rehenes nacional para que no disminuya demasiado la sideral ganancia que llega a sus bolsillos sin hacer nada).
La crisis capitalista no tiene solución para el conjunto de la sociedad (dentro del capitalismo). La única perspectiva de progreso pasa por una revolución de masas –asamblearia, democrática y socialista– que entierre el poder de quienes hoy lo detentan. ¿Por qué no sería esto posible? ¿Acaso alguien pensaba en una revolución burguesa antes de 1789? ¿Dónde está escrito que los explotados no podemos hacernos del poder y encauzar el futuro de la humanidad? ¿No somos acaso nosotros quienes creamos todas las riquezas? ¿No somos acaso nosotros quienes podemos poner fin a esta caótica y anárquica economía capitalista, junto a todas sus lacras de degradación humana y depredación ecológica?
El objetivo es difícil. Sí. Pero es necesario y posible. Lo difícil es seguir viviendo como hasta ahora.
Lo peor es seguir buscando, a tientas –como hacen el grueso de las corrientes reformistas–, un supuesto paraíso en una realidad que sólo puede someternos a más miseria, más militarismo, más degradación social y más guerras, en aras de la ganancia capitalista.
Revolución socialista, o más guerras, más miseria,
y más barbarie capitalista
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