QUE SE VAYAN ELLOS
Declaración de la LSR: jueves 27 de marzo de 2008
Exportan alimentos para 300 millones de personas
y más de 10 millones pasan hambre en el país.
La llamada “redistribución” no es más que la disputa intercapitalista por el reparto de una fabulosa plusvalía que sale de nuestras espaldas (aquí y en el mundo).
y más de 10 millones pasan hambre en el país.
La llamada “redistribución” no es más que la disputa intercapitalista por el reparto de una fabulosa plusvalía que sale de nuestras espaldas (aquí y en el mundo).
La Argentina está sumergida en la extorsión de los grandes pulpos agroexportadores, léase Sociedad Rural, CRA, etc., con el vergonzante apoyo de las pymes nucleadas en la Federación Agraria Argentina y Coninagro, apoyadas por el Partido Comunista y su banco Credicoop.
Ellos exportan alimentos para 300 millones de personas, se llenan los bolsillos de dólares y euros, mientras en la Argentina hay más de 10 millones que no tienen qué comer, incluidos la mayoría de los trabajadores rurales y sus familias.
¿Es lógico, entonces, que se les retenga parte de sus exportaciones; o que se les pida que exporten apenas un 10% menos? Obvio que es lógico.
El problema es que este gobierno, que es socio capitalista de todos ellos (los protagonistas de los cortes de rutas que ellos mismos llamaron a reprimir cuando los hicieron los pobres), no pudo dar una respuesta capaz de neutralizar el paro, simplemente porque los recursos que retiene sobre las exportaciones no se destinan –ni en una milésima parte– a paliar el hambre de enormes sectores populares.
Esto ha hecho, lamentablemente, que algunos sectores de la población vean con simpatía el paro como una forma de manifestar el descontento ante un gobierno que miente en todos los números del Indec, que aparece como un “patotero” ante los distintos reclamos sociales y que, para colmo, legitima como representantes en contra de la protesta “del campo” a personajes tan nefastos como Moyano y D’Elía. Con semejantes “amigos”, ¿quién necesita enemigos?
La intervención de estos personajes no ha hecho más que echar leña al fuego del descontento popular ya que para nada los trabajadores pueden identificarse con esos jerarcas sindicales que, cuando les tocó intervenir ante la descomunal oleada de despidos que se ha vivido en los últimos meses, sólo lo han hecho para avalar a las patronales o para poner sus matones al servicio de partirles las cabezas a los trabajadores que defienden con su lucha las fuentes de trabajo (casos Htal. Francés, Clínicas, Casino, Fate y tantos otros).
Para colmo de males, algunos sectores denominados “de izquierda” –para peor, “trotskistas”– han salido a apoyar el paro oligárquico-patronal, justificándose en el reclamo de “los chacareros”. Con esto han contribuido grandemente a la confusión general.
Aclaremos algunas cosas. En primer lugar, a las cosas hay que llamarles por su nombre: el denominado “paro agrario” es un LOCK OUT patronal. Nada más alejado de un reclamo de los trabajadores, o de los peones rurales –en este caso– que esta impune protesta de los grandes monopolios exportadores. Son ellos los que imponen condiciones de miseria a los pequeños productores rurales. El campesino que ordeña una vaca tiene que venderla al precio que le impongan Monsanto y La Serenísima. No es cierto que sus miserables condiciones se desprenden de una retención que el gobierno imponga a los monopolios. Su miseria se desprende de ser eternos rehenes de las condiciones impuestas por los grandes monopolios terratenientes agroexportadores. Ellos imponen, además, los precios de los fertilizantes, de las semillas transgénicas, etc. Dicho en otras palabras, no es el almacenero de la esquina quien puede imponer el precio de la leche y otros productos: él vive preso de los precios impuestos por los grandes monopolios de la industria alimentaria y de las cadenas de distribución.
Por otro lado, quienes encabezaron el “paro agrario” son los mismos que gestaron el golpe del 24 de marzo de 1976, preparando desde muchos meses antes la organización patronal (Apege) que apeló a los militares para aplastar al movimiento obrero y reformular la Argentina para un modelo agroexportador que es el que hoy se lleva adelante, de la mano de los altísimos precios internacionales de la soja, por ejemplo.
El enemigo de mi enemigo,
no es necesariamente mi amigo
El gobierno de Cristina Kirchner –al igual que sus antecesores– no es precisamente un “gobierno popular”. Es más, podríamos decir que se ha revelado como un gobierno profundamente antiobrero, dispuesto a reprimir toda lucha de los trabajadores en defensa de puestos de trabajo y/o del salario y/o de las condiciones laborales. En ese carácter es que, a la vez, se muestra impotente para neutralizar el discurso de los grandes terratenientes. En cambio, organiza un acto en su apoyo, basado en los decadentes aparatos políticos y/o sindicales dependientes de la caja del Estado.
De las fabulosas reservas que dispone el BCRA, tras cinco años de crecimiento sostenido –como tanto proclama el Gobierno–, ni un solo peso se ha “derramado” para solucionar alguno de los tantos problemas elementales que padece el grueso de la población. Ante eso reaccionan muchos sectores creyendo, ingenuamente, que los “señores del campo” vendrían a salvarnos de la injusticia prepotente del actual gobierno. Que un sector burgués –de los más poderosos– se queje porque le tocan un centavo del bolsillo, no implica que uno deba creer que ese reclamo es en interés de los que menos tienen. Por lo contrario, ellos son insaciables: si pueden ganar cien, ¡¡quieren doscientos!!, así sea al costo de desabastecer al país de sus productos básicos.
En la Argentina, no hay razón alguna para que un tercio de su población pase hambre. No se trata de un país que tiene que alimentar a 1.300 millones de personas, como le ocurría a China antes de la revolución, y carece de recursos naturales para hacerlo. No hace falta que la Argentina sea socialista ni revolucionaria para que todo habitante coma. Sobran alimentos. La prueba está en el altísimo nivel de exportaciones de alimentos que realizan los monopolios que han organizado el paro y los cortes de rutas. Esa realidad torna más dramática la situación actual y el enfrentamiento de pobres contra pobres que pretenden generar. ¿Por qué? Porque los explotados hemos quedado presos de una disputa millonaria entre distintos sectores burgueses. Donde, claramente, los monopolios agroexportadores y sus socios menores de la FAA están actuando de la misma manera que lo hicieron contra el gobierno popular de Salvador Allende en Chile en 1973, o con la movilización de Corpus Christi de junio de 1955 contra Perón.
A todo eso huele el actual “conflicto del campo”.
La población explotada y oprimida –las comunidades indígenas, los campesinos sin tierras, los obreros despedidos y humillados en todo el país– no puede sumarse a este inmundo reclamo de las patronales más poderosas de la nación.
¡Que no nos confundan! Que hoy ellos se erijan en líderes de la oposición al Gobierno no significa que sean nuestros defensores.
Es una burla para todo el pueblo que se autoadjudiquen ser los continuadores de los cacerolazos del 2001. Por lo contrario, en aquel momento, la mayoría de la población trabajadora salió a manifestarse en contra del gobierno de De la Rúa cuando éste –ante la descomunal estafa montada por el ministro de Economía, Domingo Cavallo, que permitió la fuga de US$ 10.000 millones en una semana previo a instalar el “corralito”– sólo aplicó una “receta”: estado de sitio; es decir, represión contra el pueblo, tal como lo testimonian los más de 30 asesinatos aún hoy impunes.
Hoy, los grandes medios de prensa colaboraron a la mentira de que el paro comenzó como reacción ante las duras palabras de la presidenta. La actitud de Cristina Kirchner, de sentarse a una “mesa de negociación” con los que nada quieren negociar, es el correlato lógico de su política en la última reunión del Grupo de Río, a posteriori del bochornoso papel jugado por el gobierno argentino en la reunión de la OEA. Es que ellos son socios de los mismos sectores capitalistas que hoy lo enfrentan con los tapones de punta. Es la misma actitud de rendición que ante el Papa cuando, apenas proclamada su victoria electoral, salió a aclarar que estaba en contra de legalizar el aborto. ¡Pese a que el Vaticano había tenido el atrevimiento de avalar al capellán Baseotto que declaró que el ex ministro de Salud, Ginés González García, merecía ser ahogado en el mar con una piedra al cuello, tal como ellos habían hecho con buena parte de los desparecidos!
Las políticas de “conciliación” nunca han conducido a buen puerto.
Cuando los grandes capitalistas encuentran un “gobierno amigo” que, desde el discurso, alardea con el sentimiento “nacional y popular”, no hacen más que hostigarlo para arrancarle más y más de las suculentas ganancias que ese mismo gobierno ya les provee a costa de mantener el hambre del pueblo.
A la vez, esta realidad muestra, descarnadamente, las limitaciones de ese discurso “Nac&Pop”, incapaz en estos tiempos de enfrentar decididamente a los grandes pulpos monopólicos de la única manera en que es posible hacerlo: con el pueblo trabajador movilizado para impedir que lo sigan extorsionando. Pero, claro, ¿cómo van a movilizar al pueblo trabajador si el propio gobierno es el que lo reprime día tras día? La presidenta hace alarde de que siempre ha estado dispuesta al diálogo con todos los sectores. Pero sus puertas siempre estuvieron cerradas para las entrevistas que le pidieron las madres de los empleados despedidos del Casino.
Quienes jamás compartimos la ideología “peronista” de conciliación de clases, al igual que nuestros compañeros que confiaron durante décadas en un más soñado que real peronismo “de izquierda”, no podemos menos que reconocer en los actuales dirigentes del llamado “paro agrario” a los golpistas de siempre. A los que golpearon las puertas de los cuarteles en 1976 y hoy, cuando los militares están en el más completo desprestigio, apelan al descontento popular –en particular el de sus clases medias– para defender su insaciable bolsillo. Ahí es donde aparecen los “caceroleros” de la Concertación Cívica de Carrió y el PRO de Macri.
Hoy, cuando desde esta artera posición apelan a la memoria popular del “Que se Vayan Todos”, les respondemos que sería un gran progreso para el conjunto del país, que se vayan ellos. Es decir, que el pueblo se movilice no precisamente para apoyarlos como líderes de sus justos descontentos, sino para hacerles pagar todas las cuentas que nos deben por la depredación de todas las riquezas; por los suelos que se agotan debido a su inagotable sed de ganancia que les hace plantar soja indiscriminadamente sin rotar los cultivos; por su vuelco actual al maíz debido al auge del biocombustible; por su tala indiscriminada que amenaza con un genocidio a la población indígena del noreste argentino; por convertir a toda la población en rehén de sus intereses; por su infame y ofensiva riqueza a costa de la desnutrición y la muerte de nuestros niños, mientras ellos se enriquecen con las fortunas que les provee un mercado internacional coyunturalmente favorable, debido a que otros pueblos también mueren de hambre si no reciben los alimentos de estos verdaderos buitres de la humanidad.
¡Que se vayan ellos! Que dejen de cortar rutas con sus 4x4, los mismos que pidieron represión cuando las cortaron los desocupados (desde Cutral Co en adelante) para que se visualice que existe gente que pasa hambre en un país que alimenta al 5% de la población mundial. Que no se confunda el pueblo creyendo que, porque se oponen al gobierno que nos hambrea, ellos pueden ser una opción. ¡No!, ellos son los mismos que fugaron capitales al exterior y sumieron al país en el estado de cesación de pagos cuyas consecuencias cargaron a nuestra cuenta. Ellos son los golpistas de toda la vida. Ellos son los grandes socios de la banca saqueadora. Ellos son los dueños de los ferrocarriles de carga privatizados que dejaron por el suelo al transporte de pasajeros. Ellos son los que amasaron sus fortunas –como diría Sarmiento– viendo “como los toros se cogen a las vacas” u, hoy, viendo como crece un plantín de soja que contrabandean al Uruguay para exportar desde allí porque en ese país no hay retenciones. Ellos son los que juegan al desabastecimiento, como lo han hecho siempre que un gobierno les tocó una moneda. Ahora, además, amenazan con irse a producir a Paraguay o Bolivia. Sólo por eso, se les deberían confiscar de inmediato todas sus cuentas y expropiarles sus tierras.
Basta de medidas artificiales de un gobierno que es su principal socio; que ha prorrogado casi hasta el 2050 la explotación del petróleo y del gas en beneficio de las grandes empresas monopólicas extranjeras. ¡No nos dejemos confundir! ¡Basta de izquierdas que buscan la “consigna mágica” que sirva “para movilizar” atrás de lo que sea y de quien sea, en nombre de una bastarda interpretación del “Programa de Transición”! ¡Que no apoyen, en nombre de Marx, Lenin y Trotsky, a estos señores del hambre y de la infamia, y a su gobierno, que se enriquecen con el sudor del pueblo, y reclaman más y más!
También depende de nosotros, de nuestra reflexión y de nuestra actitud, ponerle freno a estos grandes capitalistas que, encima, nos quieren tomar por tontos, si nosotros nos dejamos.
¡QUE SE VAYAN ELLOS! Que se vayan todos los explotadores (nacionales e internacionles), sus agentes políticos, judiciales, militares, policiales, eclesiásticos; los Moyano y D’Elía, y los represores.
Para que se vayan; HAY QUE ECHARLOS, mediante la movilización popular organizada en asambleas barriales y campesinas de base, completamente independientes de las patronales, de su Estado y de sus gobiernos de turno.
Ellos exportan alimentos para 300 millones de personas, se llenan los bolsillos de dólares y euros, mientras en la Argentina hay más de 10 millones que no tienen qué comer, incluidos la mayoría de los trabajadores rurales y sus familias.
¿Es lógico, entonces, que se les retenga parte de sus exportaciones; o que se les pida que exporten apenas un 10% menos? Obvio que es lógico.
El problema es que este gobierno, que es socio capitalista de todos ellos (los protagonistas de los cortes de rutas que ellos mismos llamaron a reprimir cuando los hicieron los pobres), no pudo dar una respuesta capaz de neutralizar el paro, simplemente porque los recursos que retiene sobre las exportaciones no se destinan –ni en una milésima parte– a paliar el hambre de enormes sectores populares.
Esto ha hecho, lamentablemente, que algunos sectores de la población vean con simpatía el paro como una forma de manifestar el descontento ante un gobierno que miente en todos los números del Indec, que aparece como un “patotero” ante los distintos reclamos sociales y que, para colmo, legitima como representantes en contra de la protesta “del campo” a personajes tan nefastos como Moyano y D’Elía. Con semejantes “amigos”, ¿quién necesita enemigos?
La intervención de estos personajes no ha hecho más que echar leña al fuego del descontento popular ya que para nada los trabajadores pueden identificarse con esos jerarcas sindicales que, cuando les tocó intervenir ante la descomunal oleada de despidos que se ha vivido en los últimos meses, sólo lo han hecho para avalar a las patronales o para poner sus matones al servicio de partirles las cabezas a los trabajadores que defienden con su lucha las fuentes de trabajo (casos Htal. Francés, Clínicas, Casino, Fate y tantos otros).
Para colmo de males, algunos sectores denominados “de izquierda” –para peor, “trotskistas”– han salido a apoyar el paro oligárquico-patronal, justificándose en el reclamo de “los chacareros”. Con esto han contribuido grandemente a la confusión general.
Aclaremos algunas cosas. En primer lugar, a las cosas hay que llamarles por su nombre: el denominado “paro agrario” es un LOCK OUT patronal. Nada más alejado de un reclamo de los trabajadores, o de los peones rurales –en este caso– que esta impune protesta de los grandes monopolios exportadores. Son ellos los que imponen condiciones de miseria a los pequeños productores rurales. El campesino que ordeña una vaca tiene que venderla al precio que le impongan Monsanto y La Serenísima. No es cierto que sus miserables condiciones se desprenden de una retención que el gobierno imponga a los monopolios. Su miseria se desprende de ser eternos rehenes de las condiciones impuestas por los grandes monopolios terratenientes agroexportadores. Ellos imponen, además, los precios de los fertilizantes, de las semillas transgénicas, etc. Dicho en otras palabras, no es el almacenero de la esquina quien puede imponer el precio de la leche y otros productos: él vive preso de los precios impuestos por los grandes monopolios de la industria alimentaria y de las cadenas de distribución.
Por otro lado, quienes encabezaron el “paro agrario” son los mismos que gestaron el golpe del 24 de marzo de 1976, preparando desde muchos meses antes la organización patronal (Apege) que apeló a los militares para aplastar al movimiento obrero y reformular la Argentina para un modelo agroexportador que es el que hoy se lleva adelante, de la mano de los altísimos precios internacionales de la soja, por ejemplo.
El enemigo de mi enemigo,
no es necesariamente mi amigo
El gobierno de Cristina Kirchner –al igual que sus antecesores– no es precisamente un “gobierno popular”. Es más, podríamos decir que se ha revelado como un gobierno profundamente antiobrero, dispuesto a reprimir toda lucha de los trabajadores en defensa de puestos de trabajo y/o del salario y/o de las condiciones laborales. En ese carácter es que, a la vez, se muestra impotente para neutralizar el discurso de los grandes terratenientes. En cambio, organiza un acto en su apoyo, basado en los decadentes aparatos políticos y/o sindicales dependientes de la caja del Estado.
De las fabulosas reservas que dispone el BCRA, tras cinco años de crecimiento sostenido –como tanto proclama el Gobierno–, ni un solo peso se ha “derramado” para solucionar alguno de los tantos problemas elementales que padece el grueso de la población. Ante eso reaccionan muchos sectores creyendo, ingenuamente, que los “señores del campo” vendrían a salvarnos de la injusticia prepotente del actual gobierno. Que un sector burgués –de los más poderosos– se queje porque le tocan un centavo del bolsillo, no implica que uno deba creer que ese reclamo es en interés de los que menos tienen. Por lo contrario, ellos son insaciables: si pueden ganar cien, ¡¡quieren doscientos!!, así sea al costo de desabastecer al país de sus productos básicos.
En la Argentina, no hay razón alguna para que un tercio de su población pase hambre. No se trata de un país que tiene que alimentar a 1.300 millones de personas, como le ocurría a China antes de la revolución, y carece de recursos naturales para hacerlo. No hace falta que la Argentina sea socialista ni revolucionaria para que todo habitante coma. Sobran alimentos. La prueba está en el altísimo nivel de exportaciones de alimentos que realizan los monopolios que han organizado el paro y los cortes de rutas. Esa realidad torna más dramática la situación actual y el enfrentamiento de pobres contra pobres que pretenden generar. ¿Por qué? Porque los explotados hemos quedado presos de una disputa millonaria entre distintos sectores burgueses. Donde, claramente, los monopolios agroexportadores y sus socios menores de la FAA están actuando de la misma manera que lo hicieron contra el gobierno popular de Salvador Allende en Chile en 1973, o con la movilización de Corpus Christi de junio de 1955 contra Perón.
A todo eso huele el actual “conflicto del campo”.
La población explotada y oprimida –las comunidades indígenas, los campesinos sin tierras, los obreros despedidos y humillados en todo el país– no puede sumarse a este inmundo reclamo de las patronales más poderosas de la nación.
¡Que no nos confundan! Que hoy ellos se erijan en líderes de la oposición al Gobierno no significa que sean nuestros defensores.
Es una burla para todo el pueblo que se autoadjudiquen ser los continuadores de los cacerolazos del 2001. Por lo contrario, en aquel momento, la mayoría de la población trabajadora salió a manifestarse en contra del gobierno de De la Rúa cuando éste –ante la descomunal estafa montada por el ministro de Economía, Domingo Cavallo, que permitió la fuga de US$ 10.000 millones en una semana previo a instalar el “corralito”– sólo aplicó una “receta”: estado de sitio; es decir, represión contra el pueblo, tal como lo testimonian los más de 30 asesinatos aún hoy impunes.
Hoy, los grandes medios de prensa colaboraron a la mentira de que el paro comenzó como reacción ante las duras palabras de la presidenta. La actitud de Cristina Kirchner, de sentarse a una “mesa de negociación” con los que nada quieren negociar, es el correlato lógico de su política en la última reunión del Grupo de Río, a posteriori del bochornoso papel jugado por el gobierno argentino en la reunión de la OEA. Es que ellos son socios de los mismos sectores capitalistas que hoy lo enfrentan con los tapones de punta. Es la misma actitud de rendición que ante el Papa cuando, apenas proclamada su victoria electoral, salió a aclarar que estaba en contra de legalizar el aborto. ¡Pese a que el Vaticano había tenido el atrevimiento de avalar al capellán Baseotto que declaró que el ex ministro de Salud, Ginés González García, merecía ser ahogado en el mar con una piedra al cuello, tal como ellos habían hecho con buena parte de los desparecidos!
Las políticas de “conciliación” nunca han conducido a buen puerto.
Cuando los grandes capitalistas encuentran un “gobierno amigo” que, desde el discurso, alardea con el sentimiento “nacional y popular”, no hacen más que hostigarlo para arrancarle más y más de las suculentas ganancias que ese mismo gobierno ya les provee a costa de mantener el hambre del pueblo.
A la vez, esta realidad muestra, descarnadamente, las limitaciones de ese discurso “Nac&Pop”, incapaz en estos tiempos de enfrentar decididamente a los grandes pulpos monopólicos de la única manera en que es posible hacerlo: con el pueblo trabajador movilizado para impedir que lo sigan extorsionando. Pero, claro, ¿cómo van a movilizar al pueblo trabajador si el propio gobierno es el que lo reprime día tras día? La presidenta hace alarde de que siempre ha estado dispuesta al diálogo con todos los sectores. Pero sus puertas siempre estuvieron cerradas para las entrevistas que le pidieron las madres de los empleados despedidos del Casino.
Quienes jamás compartimos la ideología “peronista” de conciliación de clases, al igual que nuestros compañeros que confiaron durante décadas en un más soñado que real peronismo “de izquierda”, no podemos menos que reconocer en los actuales dirigentes del llamado “paro agrario” a los golpistas de siempre. A los que golpearon las puertas de los cuarteles en 1976 y hoy, cuando los militares están en el más completo desprestigio, apelan al descontento popular –en particular el de sus clases medias– para defender su insaciable bolsillo. Ahí es donde aparecen los “caceroleros” de la Concertación Cívica de Carrió y el PRO de Macri.
Hoy, cuando desde esta artera posición apelan a la memoria popular del “Que se Vayan Todos”, les respondemos que sería un gran progreso para el conjunto del país, que se vayan ellos. Es decir, que el pueblo se movilice no precisamente para apoyarlos como líderes de sus justos descontentos, sino para hacerles pagar todas las cuentas que nos deben por la depredación de todas las riquezas; por los suelos que se agotan debido a su inagotable sed de ganancia que les hace plantar soja indiscriminadamente sin rotar los cultivos; por su vuelco actual al maíz debido al auge del biocombustible; por su tala indiscriminada que amenaza con un genocidio a la población indígena del noreste argentino; por convertir a toda la población en rehén de sus intereses; por su infame y ofensiva riqueza a costa de la desnutrición y la muerte de nuestros niños, mientras ellos se enriquecen con las fortunas que les provee un mercado internacional coyunturalmente favorable, debido a que otros pueblos también mueren de hambre si no reciben los alimentos de estos verdaderos buitres de la humanidad.
¡Que se vayan ellos! Que dejen de cortar rutas con sus 4x4, los mismos que pidieron represión cuando las cortaron los desocupados (desde Cutral Co en adelante) para que se visualice que existe gente que pasa hambre en un país que alimenta al 5% de la población mundial. Que no se confunda el pueblo creyendo que, porque se oponen al gobierno que nos hambrea, ellos pueden ser una opción. ¡No!, ellos son los mismos que fugaron capitales al exterior y sumieron al país en el estado de cesación de pagos cuyas consecuencias cargaron a nuestra cuenta. Ellos son los golpistas de toda la vida. Ellos son los grandes socios de la banca saqueadora. Ellos son los dueños de los ferrocarriles de carga privatizados que dejaron por el suelo al transporte de pasajeros. Ellos son los que amasaron sus fortunas –como diría Sarmiento– viendo “como los toros se cogen a las vacas” u, hoy, viendo como crece un plantín de soja que contrabandean al Uruguay para exportar desde allí porque en ese país no hay retenciones. Ellos son los que juegan al desabastecimiento, como lo han hecho siempre que un gobierno les tocó una moneda. Ahora, además, amenazan con irse a producir a Paraguay o Bolivia. Sólo por eso, se les deberían confiscar de inmediato todas sus cuentas y expropiarles sus tierras.
Basta de medidas artificiales de un gobierno que es su principal socio; que ha prorrogado casi hasta el 2050 la explotación del petróleo y del gas en beneficio de las grandes empresas monopólicas extranjeras. ¡No nos dejemos confundir! ¡Basta de izquierdas que buscan la “consigna mágica” que sirva “para movilizar” atrás de lo que sea y de quien sea, en nombre de una bastarda interpretación del “Programa de Transición”! ¡Que no apoyen, en nombre de Marx, Lenin y Trotsky, a estos señores del hambre y de la infamia, y a su gobierno, que se enriquecen con el sudor del pueblo, y reclaman más y más!
También depende de nosotros, de nuestra reflexión y de nuestra actitud, ponerle freno a estos grandes capitalistas que, encima, nos quieren tomar por tontos, si nosotros nos dejamos.
¡QUE SE VAYAN ELLOS! Que se vayan todos los explotadores (nacionales e internacionles), sus agentes políticos, judiciales, militares, policiales, eclesiásticos; los Moyano y D’Elía, y los represores.
Para que se vayan; HAY QUE ECHARLOS, mediante la movilización popular organizada en asambleas barriales y campesinas de base, completamente independientes de las patronales, de su Estado y de sus gobiernos de turno.
L. Rubiales
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