(12/10/2009) 12 de Octubre: 1492-2009
517 años de explotación, opresión y saqueo capitalista
517 años de explotación, opresión y saqueo capitalista
POR VERONICA MOLOTE
Hace 517 años, en los orígenes de lo que sería el capitalismo, Europa proclamaba el “descubrimiento” de la existencia de América. Un continente poblado, desde hacía miles de años, que resultó vital para el desarrollo del sistema de explotación que hoy padecemos.
Hace 517 años, Europa estaba saliendo de una de sus mayores crisis precapitalistas (la del siglo XIV) que se manifestó en hambrunas, epidemias, sequías, caída demográfica, etc., durante más de 100 años.
En ese marco, invocando el nombre de “Dios” y la “Civilización”, se iniciaba uno de los más grandes genocidios perpetrados al servicio del saqueo y la ganancia capitalista.
América se convirtió –para Europa– en una fuente inestimable de riquezas naturales –sobre todo, oro y plata, en los inicios– que dinamizaron el desarrollo capitalista al multiplicar exponencialmente la circulación de esos metales como moneda de cambio en sus transacciones comerciales, y para la acumulación en las arcas del Viejo Continente.
El descubrimiento de montañas –literalmente– de oro y de plata, no sólo tuvo consecuencias para Europa y América, sino que también posibilitó la expansión del intercambio mercantil con el Lejano Oriente, soldando los lazos de una economía-mundo de dimensiones desconocidas hasta entonces.
Buena parte del oro y la plata del “nuevo continente” fue apropiada por las coronas –en primer lugar la española–, pero, en su mayor parte, lo fue por particulares, en una verdadera carrera entre piratas saqueadores: los ancestros de quienes hoy, aún, siguen depredando estas tierras y el mundo todo.
Parte inescindible de ese proceso, fue el mayor genocidio consumado en estas tierras. La violenta conquista –y en condiciones desiguales de desarrollo tecnológico–, la proliferación de enfermedades “importadas” –gripes, viruela, etc.– y la superexplotación a la que fueron sometidos, de conjunto, los pueblos originarios, produjeron –en sólo 100 años– el aniquilamiento de cerca del 90% de los pobladores del continente “descubierto”. En los inicios, hiperexplotados en la extracción de la mayor cantidad de metales, en el menor tiempo posible. Más tarde –organizadas las burocracias locales de los imperios–, puestos a dejar su sangre en las plantaciones de caña de azúcar, cafetales, palobrasil, etcétera. Vale recordar que las plantaciones de América han sido también el destino de millones de africanos esclavizados por la “civilizada” Europa, para abaratar y/o suplir la mano de obra en estas tierras. Los métodos que emplearon no difieren de los que sus herederos ejercen en nuestros días: el secuestro, la “desaparición”, la apropiación de los hijos, la violación de las mujeres, la trata de personas, la piratería, los barcos de migrantes a los que se promete “el paraíso”, y se los tira al mar si son descubiertos...
Hace 517 años se iniciaba la masacre, la degradación y el sojuzgamiento de los pueblos originarios, por parte de los imperios europeos, en los orígenes del capitalismo; continuados luego por burguesías criollas y autóctonas, hasta el día de hoy. El sometimiento cultural también fue un factor clave que le debemos, para nuestra desgracia y nuestra actual identidad, a la traidora Malinche que puso su lengua al servicio del sanguinario conquistador Cortés. Toda esa depredación se vio corregida y aumentada con la bárbara invasión de los colonos que –más tarde– llegaron a conquistar el oeste norteamericano. A lo largo de más de 500 años, el capitalismo ha colonizado, matado, explotado y esclavizado, condenando –en algunos casos– a los descendientes/sobrevivientes a minúsculos territorios respecto de sus tierras ancestrales. En otros casos, les han creado “reservas”, como si fueran especies dignas de un zoológico (y, de paso, de fabulosos negocios, como es Las Vegas, por ejemplo).
A lo largo de 517 años, los pueblos originarios han luchado como han podido, en defensa de sus derechos y reivindicaciones. Desde hace unos pocos años, han dicho presente como protagonistas, de los procesos más importantes que se están dando en América latina, desde la Selva Lacandona hasta Los Altos de Bolivia.
En la Amazonia peruana, por ejemplo, las comunidades originarias vienen luchando, hace más de un año, en contra de la concesión de tierras para la explotación petrolera (de la mano del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos).
A raíz de ello, en junio pasado, la policía de Alan García ha producido la matanza de un número aún indeterminado de pobladores (se habla de tres, o de decenas) que protestaban armados... con lanzas. En Ecuador, las comunidades originarias del Amazonas están en pie de lucha contra la aprobación de una ley de agua y minería, propuesta por el gobierno de Correa, que posibilitaría la explotación minera en sus territorios, enfrentando una brutal represión que habría dejado como saldo un indígena muerto por un balazo en la frente y 40 policías heridos. En Chile, las comunidades mapuches llevan años de lucha por la recuperación de sus tierras, siendo reprimidos violenta y constantemente. Hace dos meses, un comunero mapuche fue asesinado por la espalda por los carabineros, en medio de una protesta, y sólo en el último año de su gobierno, la “socialista” Bachelet encarceló a 87 presos políticos mapuches, incluidos algunos activistas solidarios con su causa. Al mismo tiempo, en Neuquén, Cristina Kirchner mantiene en prisión –con amenaza de extradición– a dos compañeros chilenos que buscaron asilo político en la Argentina. Lo más probable es que corran la misma suerte que los seis campesinos paraguayos, que fueron recientemente extraditados, pese a haber buscado refugio en este suelo, contra la persecución política de la “justicia” de su país.
En Bolivia, las comunidades indígenas han sido parte central en la defensa del agua y el gas, del cultivo de la coca como parte fundamental de su subsistencia y de sus tradiciones culturales, construyendo organizaciones de base que han sido uno de los pilares que llevaron a Evo Morales (él mismo, aymara) a la Presidencia. La nueva Constitución Política del Estado reconoce 36 lenguas oficiales, además del castellano, la expropiación de las tierras improductivas que superen las 5.000 hectáreas (medida no retroactiva y con pago de indemnización por parte del Estado), la autonomía y el autogobierno de los pueblos originarios y la propiedad exclusiva sobre los recursos forestales de sus comunidades.
Todas estas luchas –y muchas más de las que ni siquiera nos enteramos– contra la opresión cultural, económica, social y de todo tipo a la que han sido y son sometidos los pueblos originarios desde hace más de 500 años, expresan la importancia del problema indígena, como motor y engranaje de las perspectivas de la revolución socialista en la América latina.
Pero, tal como lo demuestra el desarrollo histórico de la región y del conjunto del planeta, en particular a partir de 1989, vivimos(morimos) capitalismo a pleno. Ninguna de las relaciones sociales que existen en el mundo (aun aquellas que conserven ancestrales ritos y culturas tribales) son ajenas a las relaciones capitalistas de producción… y de explotación. Ahí están también las decenas de guerras supuestamente tribales que desangran al continente africano, que no son más que la continuidad de la despiadada y depredadora acción de los imperialismos al asalto de las más fabulosas riquezas que, por azares de la naturaleza, se han concentrado al extremo en aquellas tierras, incluyendo a su gente que, desde aquellos tiempos y aun hoy, sigue siendo utilizada como moneda y mercancía para los más degradantes negocios capitalistas.
Por todo esto, entendemos que no hay salida indigenista para el problema indígena: hay salida de clase. Sólo mediante el combate frontal contra el capitalismo, por parte del conjunto de los explotados y oprimidos, en una lucha consecuente por desterrar del poder a las burguesías autóctonas y a sus socios mayores imperialistas, se podrán abrir las puertas hacia la construcción de un mundo libre, sin ataduras ni humillaciones para todos los pueblos que conformamos la humanidad toda.
Hace 517 años, en los orígenes de lo que sería el capitalismo, Europa proclamaba el “descubrimiento” de la existencia de América. Un continente poblado, desde hacía miles de años, que resultó vital para el desarrollo del sistema de explotación que hoy padecemos.
Hace 517 años, Europa estaba saliendo de una de sus mayores crisis precapitalistas (la del siglo XIV) que se manifestó en hambrunas, epidemias, sequías, caída demográfica, etc., durante más de 100 años.
En ese marco, invocando el nombre de “Dios” y la “Civilización”, se iniciaba uno de los más grandes genocidios perpetrados al servicio del saqueo y la ganancia capitalista.
América se convirtió –para Europa– en una fuente inestimable de riquezas naturales –sobre todo, oro y plata, en los inicios– que dinamizaron el desarrollo capitalista al multiplicar exponencialmente la circulación de esos metales como moneda de cambio en sus transacciones comerciales, y para la acumulación en las arcas del Viejo Continente.
El descubrimiento de montañas –literalmente– de oro y de plata, no sólo tuvo consecuencias para Europa y América, sino que también posibilitó la expansión del intercambio mercantil con el Lejano Oriente, soldando los lazos de una economía-mundo de dimensiones desconocidas hasta entonces.
Buena parte del oro y la plata del “nuevo continente” fue apropiada por las coronas –en primer lugar la española–, pero, en su mayor parte, lo fue por particulares, en una verdadera carrera entre piratas saqueadores: los ancestros de quienes hoy, aún, siguen depredando estas tierras y el mundo todo.
Parte inescindible de ese proceso, fue el mayor genocidio consumado en estas tierras. La violenta conquista –y en condiciones desiguales de desarrollo tecnológico–, la proliferación de enfermedades “importadas” –gripes, viruela, etc.– y la superexplotación a la que fueron sometidos, de conjunto, los pueblos originarios, produjeron –en sólo 100 años– el aniquilamiento de cerca del 90% de los pobladores del continente “descubierto”. En los inicios, hiperexplotados en la extracción de la mayor cantidad de metales, en el menor tiempo posible. Más tarde –organizadas las burocracias locales de los imperios–, puestos a dejar su sangre en las plantaciones de caña de azúcar, cafetales, palobrasil, etcétera. Vale recordar que las plantaciones de América han sido también el destino de millones de africanos esclavizados por la “civilizada” Europa, para abaratar y/o suplir la mano de obra en estas tierras. Los métodos que emplearon no difieren de los que sus herederos ejercen en nuestros días: el secuestro, la “desaparición”, la apropiación de los hijos, la violación de las mujeres, la trata de personas, la piratería, los barcos de migrantes a los que se promete “el paraíso”, y se los tira al mar si son descubiertos...
Hace 517 años se iniciaba la masacre, la degradación y el sojuzgamiento de los pueblos originarios, por parte de los imperios europeos, en los orígenes del capitalismo; continuados luego por burguesías criollas y autóctonas, hasta el día de hoy. El sometimiento cultural también fue un factor clave que le debemos, para nuestra desgracia y nuestra actual identidad, a la traidora Malinche que puso su lengua al servicio del sanguinario conquistador Cortés. Toda esa depredación se vio corregida y aumentada con la bárbara invasión de los colonos que –más tarde– llegaron a conquistar el oeste norteamericano. A lo largo de más de 500 años, el capitalismo ha colonizado, matado, explotado y esclavizado, condenando –en algunos casos– a los descendientes/sobrevivientes a minúsculos territorios respecto de sus tierras ancestrales. En otros casos, les han creado “reservas”, como si fueran especies dignas de un zoológico (y, de paso, de fabulosos negocios, como es Las Vegas, por ejemplo).
A lo largo de 517 años, los pueblos originarios han luchado como han podido, en defensa de sus derechos y reivindicaciones. Desde hace unos pocos años, han dicho presente como protagonistas, de los procesos más importantes que se están dando en América latina, desde la Selva Lacandona hasta Los Altos de Bolivia.
En la Amazonia peruana, por ejemplo, las comunidades originarias vienen luchando, hace más de un año, en contra de la concesión de tierras para la explotación petrolera (de la mano del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos).
A raíz de ello, en junio pasado, la policía de Alan García ha producido la matanza de un número aún indeterminado de pobladores (se habla de tres, o de decenas) que protestaban armados... con lanzas. En Ecuador, las comunidades originarias del Amazonas están en pie de lucha contra la aprobación de una ley de agua y minería, propuesta por el gobierno de Correa, que posibilitaría la explotación minera en sus territorios, enfrentando una brutal represión que habría dejado como saldo un indígena muerto por un balazo en la frente y 40 policías heridos. En Chile, las comunidades mapuches llevan años de lucha por la recuperación de sus tierras, siendo reprimidos violenta y constantemente. Hace dos meses, un comunero mapuche fue asesinado por la espalda por los carabineros, en medio de una protesta, y sólo en el último año de su gobierno, la “socialista” Bachelet encarceló a 87 presos políticos mapuches, incluidos algunos activistas solidarios con su causa. Al mismo tiempo, en Neuquén, Cristina Kirchner mantiene en prisión –con amenaza de extradición– a dos compañeros chilenos que buscaron asilo político en la Argentina. Lo más probable es que corran la misma suerte que los seis campesinos paraguayos, que fueron recientemente extraditados, pese a haber buscado refugio en este suelo, contra la persecución política de la “justicia” de su país.
En Bolivia, las comunidades indígenas han sido parte central en la defensa del agua y el gas, del cultivo de la coca como parte fundamental de su subsistencia y de sus tradiciones culturales, construyendo organizaciones de base que han sido uno de los pilares que llevaron a Evo Morales (él mismo, aymara) a la Presidencia. La nueva Constitución Política del Estado reconoce 36 lenguas oficiales, además del castellano, la expropiación de las tierras improductivas que superen las 5.000 hectáreas (medida no retroactiva y con pago de indemnización por parte del Estado), la autonomía y el autogobierno de los pueblos originarios y la propiedad exclusiva sobre los recursos forestales de sus comunidades.
Todas estas luchas –y muchas más de las que ni siquiera nos enteramos– contra la opresión cultural, económica, social y de todo tipo a la que han sido y son sometidos los pueblos originarios desde hace más de 500 años, expresan la importancia del problema indígena, como motor y engranaje de las perspectivas de la revolución socialista en la América latina.
Pero, tal como lo demuestra el desarrollo histórico de la región y del conjunto del planeta, en particular a partir de 1989, vivimos(morimos) capitalismo a pleno. Ninguna de las relaciones sociales que existen en el mundo (aun aquellas que conserven ancestrales ritos y culturas tribales) son ajenas a las relaciones capitalistas de producción… y de explotación. Ahí están también las decenas de guerras supuestamente tribales que desangran al continente africano, que no son más que la continuidad de la despiadada y depredadora acción de los imperialismos al asalto de las más fabulosas riquezas que, por azares de la naturaleza, se han concentrado al extremo en aquellas tierras, incluyendo a su gente que, desde aquellos tiempos y aun hoy, sigue siendo utilizada como moneda y mercancía para los más degradantes negocios capitalistas.
Por todo esto, entendemos que no hay salida indigenista para el problema indígena: hay salida de clase. Sólo mediante el combate frontal contra el capitalismo, por parte del conjunto de los explotados y oprimidos, en una lucha consecuente por desterrar del poder a las burguesías autóctonas y a sus socios mayores imperialistas, se podrán abrir las puertas hacia la construcción de un mundo libre, sin ataduras ni humillaciones para todos los pueblos que conformamos la humanidad toda.
INSISTIMOS:
O REVOLUCION SOCIALISTA INTERNACIONAL, O MAS BARBARIE CAPITALISTA