(12/10/2009) REPUDIO AL PREMIO NOBEL DE LA PAZ PARA OBAMA...
POR L. RUBIALES
REPUDIAMOS el premio otorgado al continuador de la política del genocida Bush "por otros medios"- que es una verdadera carcajada ante el rostro de los millones de explotados sometidos a las guerras de ocupación y saqueo impulsadas por el imperio estadounidense que Obama preside, y que es acompañado por las potencias europeas y "justificado" por la abrumadora mayoría de los gobiernos burgueses de las llamdas "economías en desarrollo", como el de Cristina Kirchner..
REPUDIAMOS, a la vez, nuevamente, y año tras año, a la fundación Alfred Nobel y su nefasto papel de "dinamitero de conciencias" que intenta ejercer sobre el planeta. Al respecto, reproducimos a continuación extractos del artículo de Paula Bruno, publicado en Bandera Roja Nro. 55 (3/12/2001), que conserva plena actualidad.
"(...) Vaya paradoja de este premio, ya centenario, al que Discépolo cantaría: “Hoy me entero que tu madre/ noble viuda de un guerrero/ es la chorra de más fama/ que pisó la 33./ Y he sabido que el guerrero/ que murió lleno de honor/ ni murió ni fue guerrero/ como me engrupiste vos./ Está en cana prontuariado/ como agente ’e la camorra/ profesor de cachiporra/ malandrín y estafador”.
Detrás del mito que rodea a los premios Nobel, hay una historia guardada por los administradores y los ilustres miembros de la Academia Sueca que “engrupen” al mundo anualmente concediendo estos galardones. Esa historia comienza con Alfred Nobel pero llega hasta nuestros días por las derivaciones esquizofrénicas entre la guerra y la paz, provenientes, en principio, de la misma visión del ilustre dinamitero. Por algo Thomas S. Eliot, poeta y dramaturgo angloestadounidense, dijo que el premio Nobel es “un billete para la tumba”.
Alfred Nobel, padre de la industria bélica moderna, fue inspirador de la doctrina del balance por el terror entre las superpotencias sin que ello le resultara incompatible con la instauración de un premio por la Paz.
Este químico sueco (1833-1896) se había hecho rico con la invención de la dinamita. “Horrorizado por las aplicaciones bélicas de su invento –dice Clarín el 5 de octubre pasado– se transformó en un ardiente pacifista” y lo quiso demostrar en su testamento: “El capital constituirá un fondo cuyo interés se distribuirá anualmente como recompensa a los que, durante el año anterior, hayan brindado a la humanidad los mayores servicios”. Hasta aquí la historia oficial que se repite no ingenuamente en manuales escolares y en la prensa capitalista.
La otra historia, a la que alude Walter Goobar en la revista El Porteño (diciembre de 1987), tiene otras alternativas. En otoño de 1864 volaba por los aires la primera fábrica de nitroglicerina montada improvisadamente por Nobel en Suecia. Cinco personas murieron en la catástrofe, entre ellas el hermano menor de Nobel. Pero el hombre no cejó en su intento. Años más tarde, se convertiría en el padre de la dinamita, y sus otras dos fábricas, instaladas con un permiso en áreas restringidas de la campiña sueca, correrían la misma suerte. En la última explosión murieron 12 personas más.
Sus emprendimientos tenían el marco privilegiado de la época de oro del industrialismo, tan relacionado con la dinamita y la nitroglicerina de Nobel.
El misterio alrededor de la vida privada de Nobel fue custodiado por los integrantes de la Fundación Nobel, quienes se vienen encargando de entregar los premios, mostrando al mundo un símbolo internacional de esfuerzo por la paz y el adelanto de la ciencia. Sin embargo, dos inclinaciones curiosas y combinadas de nuestro personaje, abrieron algunas fisuras sobre su personalidad tan celosamente guardada: la pasión por escribir cartas y su manía administrativa. Muchas de esas cartas, 216, están guardadas en el Archivo Nacional Sueco.
La mayoría de estas misivas estaban dirigidas a “mi pequeña protegida”, Sofie Hees, una muchacha veinteañera a quien Nobel conoció cuando ya era cuarentón y a quien instaló en un lujoso departamento de París. Nobel satisfacía los requerimientos y caprichos de Sofie, y a la vez los registraba meticulosamente en sus libros de contabilidad bajo el sugestivo rubro de “Diablito”. Veinte años duró el romance que terminó cuando Sofie comenzó a extorsionar a Nobel, amenazándolo con hacer públicas sus cartas cariñosas. Este no es más que un aspecto privado y colorido. El resto de su epistolario denota las claves de otras facetas de su personalidad no tan inofensivas que expresan una visión del mundo muy particular.
Llegó una noche a proponerle a un grupo de pensadores franceses que la policía debería habilitar un hotel para suicidas y así evitar el espectáculo que habitualmente ofrecía el Sena, a cuyas aguas se arrojaban estas personas desesperadas. Su misantropía es conmovedora.
Según su voluntad expresada en el testamento, la renta de 33 millones de coronas suecas más unas 350 patentes de inventos, se reparten entre quienes “durante el año anterior hayan hecho los aportes más significativos para la humanidad en las áreas de la física, la química, la medicina, la literatura y para aquel que se haya dedicado a la tarea de hermanar a los pueblos, abolir los ejércitos, y celebración de congresos de paz”.
Sin embargo, el concepto de “abolición de los ejércitos” adquiere un sentido particular en boca del artífice de explosivos como la dinamita, la nitroglicerina y los devastadores cañones Bofors. Nobel expresa las líneas generales de lo que luego fuera “la teoría del equilibrio por el terror”, en una carta a la pacifista Berta von Suttner, cuando estima que, con el aumento de la potencia detonante de las armas, los ejércitos se volverían innecesarios.
El premio por él instituido no significó el arrepentimiento por los millones de víctimas que sus inventos cobraron sino, sencillamente, su objetivo fue que su nombre quedara inscripto en la historia.
El manejo del capital. La Fundación Nobel posee un Consejo de Administración abocado a garantizar la reproducción del capital testamentado por Nobel. Los intereses que devenga ese capital son destinados a los premios y a los gastos propios de administración. Uno de los secretos mejor guardados por los integrantes de este consejo se refiere a los lugares donde está invertido un capital que produce tan buenos dividendos. A pesar de ello, se sabe que en el año 1967 el paquete accionario abarcaba no menos de 85 empresas suecas y 49 empresas de otros orígenes. Se sabe también que en 1987 controlaba importantes partidas accionarias en el conglomerado japonés Sony, en la Compañía de Gas de Washington y en empresas suecas como Volvo, Atla Copco, AGA y Mc Donald’s.
El propio Alfred Nobel sentó las bases de lo que hoy es uno de los más importantes consorcios fabricantes de armas, la fábrica Bofors, famosa en todo el mundo por sus piezas de artillería, municiones y explosivos, presentes a ambos lados de la línea de fuego en todos los conflictos bélicos de la historia contemporánea y que en 1987 fue investigado por su presunta participación en el asesinato del primer ministro sueco Olf Palme.
Los miembros de la Fundación no saben, no responden, cada vez que se les ha inquirido acerca de las inversiones en la industria bélica. A lo sumo llegan a decir que en última instancia es el Banco de la Nación de Suecia el que cuida los bienes financieros y que, como todo banco, puede acomodar sus dineros donde más reditúen, sin que importe cómo.
Sin embargo, no existen dudas acerca de que quienes administran los fondos de la Fundación Nobel han perpetuado esa tradición iniciada por el propio Alfred Nobel. Stig Ramel, el director de la Fundación Nobel desde 1972 hasta 1992, alternaba su tarea de administrar la economía de los premios Nobel con la labor de asesor internacional del consorcio norteamericano Rockwell, que fabrica los superbombarderos B1 y el sistema de encendido de los misiles nucleares.
Paz. ¿Qué paz? El procedimiento para elegir a los premiados es siempre el mismo. Se inicia con la presentación de los candidatos avalados por científicos y académicos de todo el mundo. La evaluación se realiza de febrero a octubre, cuando se difunde el nombre de los ganadores. (...)
Los premios se entregan el 10 de diciembre (día de la muerte de Alfred Nobel) en la Sala de Conciertos de Estocolmo, en una ceremonia que preside el rey de Suecia.
El premio Nobel de la Paz lo define un comité integrado por cinco personalidades elegidas por el Parlamento noruego, ya que en vida de Alfred Nobel ese país integraba el reino de Suecia. (...)"
REPUDIAMOS, a la vez, nuevamente, y año tras año, a la fundación Alfred Nobel y su nefasto papel de "dinamitero de conciencias" que intenta ejercer sobre el planeta. Al respecto, reproducimos a continuación extractos del artículo de Paula Bruno, publicado en Bandera Roja Nro. 55 (3/12/2001), que conserva plena actualidad.
"(...) Vaya paradoja de este premio, ya centenario, al que Discépolo cantaría: “Hoy me entero que tu madre/ noble viuda de un guerrero/ es la chorra de más fama/ que pisó la 33./ Y he sabido que el guerrero/ que murió lleno de honor/ ni murió ni fue guerrero/ como me engrupiste vos./ Está en cana prontuariado/ como agente ’e la camorra/ profesor de cachiporra/ malandrín y estafador”.
Detrás del mito que rodea a los premios Nobel, hay una historia guardada por los administradores y los ilustres miembros de la Academia Sueca que “engrupen” al mundo anualmente concediendo estos galardones. Esa historia comienza con Alfred Nobel pero llega hasta nuestros días por las derivaciones esquizofrénicas entre la guerra y la paz, provenientes, en principio, de la misma visión del ilustre dinamitero. Por algo Thomas S. Eliot, poeta y dramaturgo angloestadounidense, dijo que el premio Nobel es “un billete para la tumba”.
Alfred Nobel, padre de la industria bélica moderna, fue inspirador de la doctrina del balance por el terror entre las superpotencias sin que ello le resultara incompatible con la instauración de un premio por la Paz.
Este químico sueco (1833-1896) se había hecho rico con la invención de la dinamita. “Horrorizado por las aplicaciones bélicas de su invento –dice Clarín el 5 de octubre pasado– se transformó en un ardiente pacifista” y lo quiso demostrar en su testamento: “El capital constituirá un fondo cuyo interés se distribuirá anualmente como recompensa a los que, durante el año anterior, hayan brindado a la humanidad los mayores servicios”. Hasta aquí la historia oficial que se repite no ingenuamente en manuales escolares y en la prensa capitalista.
La otra historia, a la que alude Walter Goobar en la revista El Porteño (diciembre de 1987), tiene otras alternativas. En otoño de 1864 volaba por los aires la primera fábrica de nitroglicerina montada improvisadamente por Nobel en Suecia. Cinco personas murieron en la catástrofe, entre ellas el hermano menor de Nobel. Pero el hombre no cejó en su intento. Años más tarde, se convertiría en el padre de la dinamita, y sus otras dos fábricas, instaladas con un permiso en áreas restringidas de la campiña sueca, correrían la misma suerte. En la última explosión murieron 12 personas más.
Sus emprendimientos tenían el marco privilegiado de la época de oro del industrialismo, tan relacionado con la dinamita y la nitroglicerina de Nobel.
El misterio alrededor de la vida privada de Nobel fue custodiado por los integrantes de la Fundación Nobel, quienes se vienen encargando de entregar los premios, mostrando al mundo un símbolo internacional de esfuerzo por la paz y el adelanto de la ciencia. Sin embargo, dos inclinaciones curiosas y combinadas de nuestro personaje, abrieron algunas fisuras sobre su personalidad tan celosamente guardada: la pasión por escribir cartas y su manía administrativa. Muchas de esas cartas, 216, están guardadas en el Archivo Nacional Sueco.
La mayoría de estas misivas estaban dirigidas a “mi pequeña protegida”, Sofie Hees, una muchacha veinteañera a quien Nobel conoció cuando ya era cuarentón y a quien instaló en un lujoso departamento de París. Nobel satisfacía los requerimientos y caprichos de Sofie, y a la vez los registraba meticulosamente en sus libros de contabilidad bajo el sugestivo rubro de “Diablito”. Veinte años duró el romance que terminó cuando Sofie comenzó a extorsionar a Nobel, amenazándolo con hacer públicas sus cartas cariñosas. Este no es más que un aspecto privado y colorido. El resto de su epistolario denota las claves de otras facetas de su personalidad no tan inofensivas que expresan una visión del mundo muy particular.
Llegó una noche a proponerle a un grupo de pensadores franceses que la policía debería habilitar un hotel para suicidas y así evitar el espectáculo que habitualmente ofrecía el Sena, a cuyas aguas se arrojaban estas personas desesperadas. Su misantropía es conmovedora.
Según su voluntad expresada en el testamento, la renta de 33 millones de coronas suecas más unas 350 patentes de inventos, se reparten entre quienes “durante el año anterior hayan hecho los aportes más significativos para la humanidad en las áreas de la física, la química, la medicina, la literatura y para aquel que se haya dedicado a la tarea de hermanar a los pueblos, abolir los ejércitos, y celebración de congresos de paz”.
Sin embargo, el concepto de “abolición de los ejércitos” adquiere un sentido particular en boca del artífice de explosivos como la dinamita, la nitroglicerina y los devastadores cañones Bofors. Nobel expresa las líneas generales de lo que luego fuera “la teoría del equilibrio por el terror”, en una carta a la pacifista Berta von Suttner, cuando estima que, con el aumento de la potencia detonante de las armas, los ejércitos se volverían innecesarios.
El premio por él instituido no significó el arrepentimiento por los millones de víctimas que sus inventos cobraron sino, sencillamente, su objetivo fue que su nombre quedara inscripto en la historia.
El manejo del capital. La Fundación Nobel posee un Consejo de Administración abocado a garantizar la reproducción del capital testamentado por Nobel. Los intereses que devenga ese capital son destinados a los premios y a los gastos propios de administración. Uno de los secretos mejor guardados por los integrantes de este consejo se refiere a los lugares donde está invertido un capital que produce tan buenos dividendos. A pesar de ello, se sabe que en el año 1967 el paquete accionario abarcaba no menos de 85 empresas suecas y 49 empresas de otros orígenes. Se sabe también que en 1987 controlaba importantes partidas accionarias en el conglomerado japonés Sony, en la Compañía de Gas de Washington y en empresas suecas como Volvo, Atla Copco, AGA y Mc Donald’s.
El propio Alfred Nobel sentó las bases de lo que hoy es uno de los más importantes consorcios fabricantes de armas, la fábrica Bofors, famosa en todo el mundo por sus piezas de artillería, municiones y explosivos, presentes a ambos lados de la línea de fuego en todos los conflictos bélicos de la historia contemporánea y que en 1987 fue investigado por su presunta participación en el asesinato del primer ministro sueco Olf Palme.
Los miembros de la Fundación no saben, no responden, cada vez que se les ha inquirido acerca de las inversiones en la industria bélica. A lo sumo llegan a decir que en última instancia es el Banco de la Nación de Suecia el que cuida los bienes financieros y que, como todo banco, puede acomodar sus dineros donde más reditúen, sin que importe cómo.
Sin embargo, no existen dudas acerca de que quienes administran los fondos de la Fundación Nobel han perpetuado esa tradición iniciada por el propio Alfred Nobel. Stig Ramel, el director de la Fundación Nobel desde 1972 hasta 1992, alternaba su tarea de administrar la economía de los premios Nobel con la labor de asesor internacional del consorcio norteamericano Rockwell, que fabrica los superbombarderos B1 y el sistema de encendido de los misiles nucleares.
Paz. ¿Qué paz? El procedimiento para elegir a los premiados es siempre el mismo. Se inicia con la presentación de los candidatos avalados por científicos y académicos de todo el mundo. La evaluación se realiza de febrero a octubre, cuando se difunde el nombre de los ganadores. (...)
Los premios se entregan el 10 de diciembre (día de la muerte de Alfred Nobel) en la Sala de Conciertos de Estocolmo, en una ceremonia que preside el rey de Suecia.
El premio Nobel de la Paz lo define un comité integrado por cinco personalidades elegidas por el Parlamento noruego, ya que en vida de Alfred Nobel ese país integraba el reino de Suecia. (...)"
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