25 años de "democracia"
No se come, ni se cura, ni se educa.
Se mata a la juventud y se reprime a los trabajadores
10 de diciembre de 2008
Con bombos y platillos, y programas especiales en todos los grandes medios masivos, hoy la burguesía celebra el 25º aniversario de la asunción de Raúl Alfonsín a la Presidencia el 10 de diciembre de 1983, en lo que denominan “la vuelta a la democracia”.
Parafraseando las palabras de Alfonsín en aquel día, podemos afirmar que, a lo largo de estos 25 años constatamos que con la democracia no se come, ni se cura, ni se educa.
Esto no significa que uno no sea capaz de reconocer las diferencias tremendas para la vida cotidiana y para la actividad política revolucionaria, entre vivir bajo una dictadura como la de 1976-1983 o vivir en un régimen constitucional, por más represivo que sea. Eso debe estar claro.
Pero en el cambio del régimen militar al régimen político de la democracia burguesa, no hubo nada que fuera el producto de una “revolución” o algo que se le pareciera, como siguen sosteniendo hoy, 25 años después, la mayoría de las organizaciones de izquierda en el país.
El retorno al “orden constitucional” –lo que llaman el “retorno a la democracia”– fue más bien el subproducto de la debacle de la dictadura militar como resultado de su política aventurera de invasión de Malvinas, creyendo Galtieri que contaba con el “visto bueno” de Estados Unidos para enfrentar al Reino Unido ocupando las islas. En esa aventura militar, los militares sacaron a la luz toda su cobardía. Astiz, que era el comandante a cargo de las islas Georgias, se rinde sin disparar un solo tiro ni bien ve venir el desembarco de las tropas británicas.
Los militares desplegaron lo que eran: gente capaz de matar, de desaparecer, de tirar al río, a enemigos indefensos, desarmados. Pero, en lo que se supone es su función militar (es decir, defender la soberanía del país), se demostraron completamente inútiles; en primer lugar, por su cobardía. Y también mostraron su extrema corrupción ya que, aun años después, apareció, por ejemplo, en un kiosco de golosinas de Neuquén, una barra de chocolate que contenía la carta de un niño dirigida a los soldados en Malvinas…
Es decir, todo lo que iba para los soldados –que fue mucho–, los oficiales lo comercializaron y no sólo dejaron que a los colimbas los mataran las fuerzas invasoras, sino que los estaquearon y los sometieron a mil torturas.
Los milicos argentinos pagaron cara la osadía de haber enfrentado a una potencia imperialista. Eso no se los perdonó ninguna de las grandes potencias. Por eso tuvieron que irse del Gobierno; no debido a una revolución de masas, sino porque perdieron la guerra de Malvinas. Es decir, ellos le demostraron al imperialismo que no le servían más. Se desubicaron: su papel en la película no era el de invasor de una de las propiedades del amo, sino el del sirviente fiel a los intereses del amo.
Previo a la guerra de Malvinas, se había desatado un alto grado de descontento popular, que derivó en un paro general con movilización el 30 de marzo de 1982 –convocada por Saúl Ubaldini–, porque empezaba a resquebrajarse todo el sistema económico instaurado por la dictadura, que estaba basado en la “tablita” de Martínez de Hoz –que le fijaba un cambio al dólar; similar al “uno a uno” de Menem–, cuando millones de personas se sentían muy felices porque podían viajar a Brasil o a Miami, y comprar cuanto electrodoméstico anduviera en oferta por ahí. [El 2 de abril de 1982, los militares ocupan Malvinas.]
De golpe eso estalló –sobre todo a partir de la caída del banco BIR, así como años después estalló el uno a uno– pero sin poner en riesgo en momento alguno a la dictadura militar y, mucho menos, al poder político burgués.
Toda esta combinación de circunstancias dio lugar a que los propios militares se vieran obligados, a partir de junio de 1982, a articular una transición hacia la institucionalidad –es decir, convocar a todos los partidos que estaban suspendidos, para convocar a elecciones– que tiene su culminación el 30 de octubre de 1983.
Sobre la base de que Alfonsín denunciaba el llamado “pacto sindical militar” orquestado entre el PJ –liderado en ese entonces por Ítalo Luder y Herminio Iglesias– y las Fuerzas Armadas, el electorado le dio masivamente su voto. El “pacto” consistía en que el PJ no le iba a pedir cuentas de nada a nadie por los crímenes cometidos durante los años de la dictadura militar. Esto fue determinante para volcar a la mayoría del electorado en favor de Alfonsín y no del candidato del PJ, apoyado, para variar, por el PTP (PCR, CCC, CEPA…).
¿Qué dejó el gobierno de Alfonsín? Dejó el comienzo de una política exterior a la que se llamó “Desmalvinización”. O sea, dejar de lado todo reclamo por Malvinas que, a la vez, significaba dejar sin investigar todo lo ocurrido en las islas; las torturas a los soldados; los hechos de corrupción que dejaban a los colimbas sin comida, así como también se los dejó en el más absoluto desamparo posterior –en atención médica y psicológica, además de económica–, etc., etc. También dejó una hiperinflación descontrolada, como nunca había conocido el país.
Y también dejó las consecuencias del asalto al cuartel de La Tablada, provocado por su mano derecha –el “Coti” Nosiglia–, que desató una descomunal represión por parte de las Fuerzas Armadas que no sólo provocó un tendal de muertos y una veintena de presos durante casi 20 años, sino que incluso dejó el saldo de varios militantes desaparecidos, que permanecen desaparecidos aun hasta el día de hoy. Buena parte de los asesinados pueden verse en filmaciones que los muestran en el momento en que se estaban entregando, desarmados, y luego aparecieron “muertos en combate”. Es decir, fueron lisa y llanamente fusilados. Más aún, hay cadáveres que no aparecieron nunca. Esto ocurrió bajo el gobierno del “demócrata” Alfonsín. ¡Éste es uno de los logros de la democracia que supimos conseguir!
Todo esto no quita los aspectos contradictorios. Por ejemplo, también bajo el gobierno de Alfonsín se instauró el derecho al divorcio por simple voluntad de las partes, en medio de una brutal pelea contra la iglesia católica (que agitaba el eslogan: ¡No al divorcio, sí a la familia!) que no se lo perdonó nunca. En última instancia, esta “guerra” no está desvinculada de la guerra económica que le presentaron sectores de la burguesía y del PJ al gobierno de Alfonsín: ante cada cosa que él quería hacer –no es que hiciera algo bueno para los trabajadores– para salir de los momentos de crisis, era “bombardeado” por la oposición. Esto fue expresado en el famoso discurso de su último ministro de Economía, Pugliese: “Les hablé [a los empresarios] con el corazón, y me contestaron con el bolsillo”. Finalmente, se ve obligado a adelantar la entrega de la Presidencia al triunfante Carlos Menem en las elecciones de mayo de 1989, con una mayoría muy aplastante.
Bajo Menem, en los años de 1990, ¿qué podemos decir?: Instrumentó la entrega del país, el grueso de las privatizaciones; la quita de todos los derechos laborales; los escándalos por tráfico de armas durante la guerra Perú-Ecuador; el tráfico de armas a Croacia durante la guerra de desmembramiento de la ex Yugoslavia; los atentados a la AMIA y a la Embajada de Israel; la explosión de Río Tercero para tapar esos contrabandos; el asesinato del periodista José Luis Cabezas, como parte de las pujas de poder en estos negociados entre las mafias capitalistas que había entre ellos…
Luego vino De la Rúa, que parecía representar “el cambio y la esperanza”, como dicen hoy de Obama, pese a que empezó su gestión asesinando a dos trabajadores en Corrientes; extendió los contratos de entrega del petróleo y el gas, como fue la prórroga de la explotación del yacimiento Loma de La Lata a favor de Repsol-YPF hasta el 2027 (que los Kirchner extendieron 20 años más); y el colapso institucional en que terminó toda su gestión, con los más de 30 asesinados incluidos.
Y tras “25 años de democracia”, llegamos a esta era de los dos gobiernos de los Kirchner que, en realidad, llegan a la Presidencia precedidos, por primera vez, por una irrupción de masas, que es el estallido de rebelión popular del 19-20 de diciembre del 2001.
Esos hechos también tienen como un enorme disparador el factor económico porque se había impuesto el “corralito”, que no sólo afectaba a la gente que tenía ahorros en los bancos, sino que tampoco se pagaban los salarios, etc. Fue todo un proceso muy complejo, que llevó a la gente a las calles a partir de que De la Rúa anuncia que, junto al corralito, va a instaurar el Estado de Sitio… Y estalló el país. Pero, pese a ese estallido popular, nunca estuvo en riesgo el poder de los capitalistas. Porque en todo ese proceso, pese a la irrupción de las asambleas populares, éstas no tuvieron el menor atisbo de que, a la par de salir a las calles, se organizaran para enfrentar y derrotar al aparato represivo y disputar el poder.
A lo largo de estos 25 años –ni en el traspaso de dictadura a democracia, ni en la rebelión popular del 2001– no hubo un solo momento que haya puesto en riesgo el poder capitalista por parte de las masas explotadas.
Sobre este plafón, y como un subproducto de ese colapso institucional, los Kirchner llegan y se mantienen en el poder. Y, pese a que se apoyan en un discurso por los Derechos Humanos, en estos cinco años se ha acumulado el mayor número de presos políticos –trabajadores y luchadores políticos y sociales– en las cárceles del país, como jamás tuvieron Alfonsín, Menem y De la Rúa, cada uno por su lado o sumados los tres.
Algunos ejemplos relevantes son la muy escandalosa resolución tomada por Cristina Kirchner denegando el asilo político y luego la Corte Suprema dictaminando la extradición de los seis campesinos paraguayos que vinieron a buscar refugio en la Argentina. Pero también hay dos militantes chilenos presos en Neuquén: ni bien pasaron la frontera y pisaron el territorio nacional, ¿adónde se los “asiló”?: en una cárcel. También hay dos presos del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE) por las mismas causas de los campesinos de Perú, Bolivia, Paraguay, Brasil y Ecuador: tierras fiscales cuya propiedad fue adjudicada a pobladores Indígenas vienen siendo arrasadas por los hacendados (ex “propietarios”) que los desalojan a balazos, por la fuerza, y luego argumentan que los campesinos eran unos usurpadores que les fueron a asaltar la propiedad, y rápidamente la “Justicia” actúa y los mete presos. Todos ellos se agregan a los seis trabajadores que continúan presos en Las Heras por haberse atrevido a luchar por sus reivindicaciones salariales en contra de las grandes empresas petroleras.
Por último, uno de los más grandes “logros” de este régimen político de “democracia” es que en estos 25 años se ha llevado a la práctica una política de exterminio de la juventud pobre a manos de la represión institucional, sea bajo la forma del mal llamado “gatillo fácil” y, sobre todo, por torturas seguidas de muerte en las comisarías. Ni que hablar del fusilamiento del militante docente Carlos Fuentealba, o del asesinato del militante octogenario Lázaro Duarte en el asalto al local del MST de Neuquén, o de la desaparición de Julio López, en el marco del juicio contra Etchecolatz. Pero la población de muertos, privilegiada, mayoritaria, abarca una franja de jóvenes pobres de entre 15 y 25 años. Así lo confirman los informes anuales [los “Archivos de Casos de la Represión”] que Correpi entrega en diciembre, año tras año, entre otros datos. Y como respuesta al “tiro al blanco” que practican la Federal y la Bonaerense, a la Corte Suprema “progresista” no se le ocurre mejor idea que encarcelar a los niños... Y mientras que el gobierno de Evo Morales expulsó a la DEA de Bolivia, Cristina Kirchner le pidió que intervenga en la Argentina por los crímenes de la efedrina.
Sin embargo, en el marco de la actual crisis, el Gobierno es hostigado por las mismas fuerzas que, previo al golpe del 24 de marzo de 1976, formaron APEGE, la asociación patronal que reunió a los principales grupos monopólicos capitalistas del país; la que concretó, en febrero de 1976, el lock out patronal que abrió el camino al golpe de Estado. Parte de esas fuerzas, con el mismo método, son las que convocaron al reciente lock out patronal en el campo.
Esto pueden hacerlo porque, más allá de la enorme diferencia entre la dictadura genocida y el régimen democrático burgués, hay una coincidencia de fondo: el poder estuvo y está en manos de los explotadores. Se ha hecho evidente que la “democracia” y el Estado, tienen sexo, y es capitalista.
Que se vayan todos, que no quede ni uno solo, es la bandera que los explotados, oprimidos y pobres de la Argentina deberemos llevar al triunfo en las próximas luchas.
Parafraseando las palabras de Alfonsín en aquel día, podemos afirmar que, a lo largo de estos 25 años constatamos que con la democracia no se come, ni se cura, ni se educa.
Esto no significa que uno no sea capaz de reconocer las diferencias tremendas para la vida cotidiana y para la actividad política revolucionaria, entre vivir bajo una dictadura como la de 1976-1983 o vivir en un régimen constitucional, por más represivo que sea. Eso debe estar claro.
Pero en el cambio del régimen militar al régimen político de la democracia burguesa, no hubo nada que fuera el producto de una “revolución” o algo que se le pareciera, como siguen sosteniendo hoy, 25 años después, la mayoría de las organizaciones de izquierda en el país.
El retorno al “orden constitucional” –lo que llaman el “retorno a la democracia”– fue más bien el subproducto de la debacle de la dictadura militar como resultado de su política aventurera de invasión de Malvinas, creyendo Galtieri que contaba con el “visto bueno” de Estados Unidos para enfrentar al Reino Unido ocupando las islas. En esa aventura militar, los militares sacaron a la luz toda su cobardía. Astiz, que era el comandante a cargo de las islas Georgias, se rinde sin disparar un solo tiro ni bien ve venir el desembarco de las tropas británicas.
Los militares desplegaron lo que eran: gente capaz de matar, de desaparecer, de tirar al río, a enemigos indefensos, desarmados. Pero, en lo que se supone es su función militar (es decir, defender la soberanía del país), se demostraron completamente inútiles; en primer lugar, por su cobardía. Y también mostraron su extrema corrupción ya que, aun años después, apareció, por ejemplo, en un kiosco de golosinas de Neuquén, una barra de chocolate que contenía la carta de un niño dirigida a los soldados en Malvinas…
Es decir, todo lo que iba para los soldados –que fue mucho–, los oficiales lo comercializaron y no sólo dejaron que a los colimbas los mataran las fuerzas invasoras, sino que los estaquearon y los sometieron a mil torturas.
Los milicos argentinos pagaron cara la osadía de haber enfrentado a una potencia imperialista. Eso no se los perdonó ninguna de las grandes potencias. Por eso tuvieron que irse del Gobierno; no debido a una revolución de masas, sino porque perdieron la guerra de Malvinas. Es decir, ellos le demostraron al imperialismo que no le servían más. Se desubicaron: su papel en la película no era el de invasor de una de las propiedades del amo, sino el del sirviente fiel a los intereses del amo.
Previo a la guerra de Malvinas, se había desatado un alto grado de descontento popular, que derivó en un paro general con movilización el 30 de marzo de 1982 –convocada por Saúl Ubaldini–, porque empezaba a resquebrajarse todo el sistema económico instaurado por la dictadura, que estaba basado en la “tablita” de Martínez de Hoz –que le fijaba un cambio al dólar; similar al “uno a uno” de Menem–, cuando millones de personas se sentían muy felices porque podían viajar a Brasil o a Miami, y comprar cuanto electrodoméstico anduviera en oferta por ahí. [El 2 de abril de 1982, los militares ocupan Malvinas.]
De golpe eso estalló –sobre todo a partir de la caída del banco BIR, así como años después estalló el uno a uno– pero sin poner en riesgo en momento alguno a la dictadura militar y, mucho menos, al poder político burgués.
Toda esta combinación de circunstancias dio lugar a que los propios militares se vieran obligados, a partir de junio de 1982, a articular una transición hacia la institucionalidad –es decir, convocar a todos los partidos que estaban suspendidos, para convocar a elecciones– que tiene su culminación el 30 de octubre de 1983.
Sobre la base de que Alfonsín denunciaba el llamado “pacto sindical militar” orquestado entre el PJ –liderado en ese entonces por Ítalo Luder y Herminio Iglesias– y las Fuerzas Armadas, el electorado le dio masivamente su voto. El “pacto” consistía en que el PJ no le iba a pedir cuentas de nada a nadie por los crímenes cometidos durante los años de la dictadura militar. Esto fue determinante para volcar a la mayoría del electorado en favor de Alfonsín y no del candidato del PJ, apoyado, para variar, por el PTP (PCR, CCC, CEPA…).
¿Qué dejó el gobierno de Alfonsín? Dejó el comienzo de una política exterior a la que se llamó “Desmalvinización”. O sea, dejar de lado todo reclamo por Malvinas que, a la vez, significaba dejar sin investigar todo lo ocurrido en las islas; las torturas a los soldados; los hechos de corrupción que dejaban a los colimbas sin comida, así como también se los dejó en el más absoluto desamparo posterior –en atención médica y psicológica, además de económica–, etc., etc. También dejó una hiperinflación descontrolada, como nunca había conocido el país.
Y también dejó las consecuencias del asalto al cuartel de La Tablada, provocado por su mano derecha –el “Coti” Nosiglia–, que desató una descomunal represión por parte de las Fuerzas Armadas que no sólo provocó un tendal de muertos y una veintena de presos durante casi 20 años, sino que incluso dejó el saldo de varios militantes desaparecidos, que permanecen desaparecidos aun hasta el día de hoy. Buena parte de los asesinados pueden verse en filmaciones que los muestran en el momento en que se estaban entregando, desarmados, y luego aparecieron “muertos en combate”. Es decir, fueron lisa y llanamente fusilados. Más aún, hay cadáveres que no aparecieron nunca. Esto ocurrió bajo el gobierno del “demócrata” Alfonsín. ¡Éste es uno de los logros de la democracia que supimos conseguir!
Todo esto no quita los aspectos contradictorios. Por ejemplo, también bajo el gobierno de Alfonsín se instauró el derecho al divorcio por simple voluntad de las partes, en medio de una brutal pelea contra la iglesia católica (que agitaba el eslogan: ¡No al divorcio, sí a la familia!) que no se lo perdonó nunca. En última instancia, esta “guerra” no está desvinculada de la guerra económica que le presentaron sectores de la burguesía y del PJ al gobierno de Alfonsín: ante cada cosa que él quería hacer –no es que hiciera algo bueno para los trabajadores– para salir de los momentos de crisis, era “bombardeado” por la oposición. Esto fue expresado en el famoso discurso de su último ministro de Economía, Pugliese: “Les hablé [a los empresarios] con el corazón, y me contestaron con el bolsillo”. Finalmente, se ve obligado a adelantar la entrega de la Presidencia al triunfante Carlos Menem en las elecciones de mayo de 1989, con una mayoría muy aplastante.
Bajo Menem, en los años de 1990, ¿qué podemos decir?: Instrumentó la entrega del país, el grueso de las privatizaciones; la quita de todos los derechos laborales; los escándalos por tráfico de armas durante la guerra Perú-Ecuador; el tráfico de armas a Croacia durante la guerra de desmembramiento de la ex Yugoslavia; los atentados a la AMIA y a la Embajada de Israel; la explosión de Río Tercero para tapar esos contrabandos; el asesinato del periodista José Luis Cabezas, como parte de las pujas de poder en estos negociados entre las mafias capitalistas que había entre ellos…
Luego vino De la Rúa, que parecía representar “el cambio y la esperanza”, como dicen hoy de Obama, pese a que empezó su gestión asesinando a dos trabajadores en Corrientes; extendió los contratos de entrega del petróleo y el gas, como fue la prórroga de la explotación del yacimiento Loma de La Lata a favor de Repsol-YPF hasta el 2027 (que los Kirchner extendieron 20 años más); y el colapso institucional en que terminó toda su gestión, con los más de 30 asesinados incluidos.
Y tras “25 años de democracia”, llegamos a esta era de los dos gobiernos de los Kirchner que, en realidad, llegan a la Presidencia precedidos, por primera vez, por una irrupción de masas, que es el estallido de rebelión popular del 19-20 de diciembre del 2001.
Esos hechos también tienen como un enorme disparador el factor económico porque se había impuesto el “corralito”, que no sólo afectaba a la gente que tenía ahorros en los bancos, sino que tampoco se pagaban los salarios, etc. Fue todo un proceso muy complejo, que llevó a la gente a las calles a partir de que De la Rúa anuncia que, junto al corralito, va a instaurar el Estado de Sitio… Y estalló el país. Pero, pese a ese estallido popular, nunca estuvo en riesgo el poder de los capitalistas. Porque en todo ese proceso, pese a la irrupción de las asambleas populares, éstas no tuvieron el menor atisbo de que, a la par de salir a las calles, se organizaran para enfrentar y derrotar al aparato represivo y disputar el poder.
A lo largo de estos 25 años –ni en el traspaso de dictadura a democracia, ni en la rebelión popular del 2001– no hubo un solo momento que haya puesto en riesgo el poder capitalista por parte de las masas explotadas.
Sobre este plafón, y como un subproducto de ese colapso institucional, los Kirchner llegan y se mantienen en el poder. Y, pese a que se apoyan en un discurso por los Derechos Humanos, en estos cinco años se ha acumulado el mayor número de presos políticos –trabajadores y luchadores políticos y sociales– en las cárceles del país, como jamás tuvieron Alfonsín, Menem y De la Rúa, cada uno por su lado o sumados los tres.
Algunos ejemplos relevantes son la muy escandalosa resolución tomada por Cristina Kirchner denegando el asilo político y luego la Corte Suprema dictaminando la extradición de los seis campesinos paraguayos que vinieron a buscar refugio en la Argentina. Pero también hay dos militantes chilenos presos en Neuquén: ni bien pasaron la frontera y pisaron el territorio nacional, ¿adónde se los “asiló”?: en una cárcel. También hay dos presos del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE) por las mismas causas de los campesinos de Perú, Bolivia, Paraguay, Brasil y Ecuador: tierras fiscales cuya propiedad fue adjudicada a pobladores Indígenas vienen siendo arrasadas por los hacendados (ex “propietarios”) que los desalojan a balazos, por la fuerza, y luego argumentan que los campesinos eran unos usurpadores que les fueron a asaltar la propiedad, y rápidamente la “Justicia” actúa y los mete presos. Todos ellos se agregan a los seis trabajadores que continúan presos en Las Heras por haberse atrevido a luchar por sus reivindicaciones salariales en contra de las grandes empresas petroleras.
Por último, uno de los más grandes “logros” de este régimen político de “democracia” es que en estos 25 años se ha llevado a la práctica una política de exterminio de la juventud pobre a manos de la represión institucional, sea bajo la forma del mal llamado “gatillo fácil” y, sobre todo, por torturas seguidas de muerte en las comisarías. Ni que hablar del fusilamiento del militante docente Carlos Fuentealba, o del asesinato del militante octogenario Lázaro Duarte en el asalto al local del MST de Neuquén, o de la desaparición de Julio López, en el marco del juicio contra Etchecolatz. Pero la población de muertos, privilegiada, mayoritaria, abarca una franja de jóvenes pobres de entre 15 y 25 años. Así lo confirman los informes anuales [los “Archivos de Casos de la Represión”] que Correpi entrega en diciembre, año tras año, entre otros datos. Y como respuesta al “tiro al blanco” que practican la Federal y la Bonaerense, a la Corte Suprema “progresista” no se le ocurre mejor idea que encarcelar a los niños... Y mientras que el gobierno de Evo Morales expulsó a la DEA de Bolivia, Cristina Kirchner le pidió que intervenga en la Argentina por los crímenes de la efedrina.
Sin embargo, en el marco de la actual crisis, el Gobierno es hostigado por las mismas fuerzas que, previo al golpe del 24 de marzo de 1976, formaron APEGE, la asociación patronal que reunió a los principales grupos monopólicos capitalistas del país; la que concretó, en febrero de 1976, el lock out patronal que abrió el camino al golpe de Estado. Parte de esas fuerzas, con el mismo método, son las que convocaron al reciente lock out patronal en el campo.
Esto pueden hacerlo porque, más allá de la enorme diferencia entre la dictadura genocida y el régimen democrático burgués, hay una coincidencia de fondo: el poder estuvo y está en manos de los explotadores. Se ha hecho evidente que la “democracia” y el Estado, tienen sexo, y es capitalista.
Que se vayan todos, que no quede ni uno solo, es la bandera que los explotados, oprimidos y pobres de la Argentina deberemos llevar al triunfo en las próximas luchas.